Fue un año que quedará en la memoria de nuestro país y del mundo como uno de los peores por sus días de tragedia. Si el ciclo vital tiene un inicio y un final, su alteración abrupta se relaciona con sucesos infaustos: fenómenos naturales, enfrentamientos armados, epidemias y pandemias con bacterias y virus cada vez más agresivos. Llevamos el dolor de haber perdido a familiares y a seres cercanos por el covid-19.
Simultáneamente hemos atestiguado el desmoronamiento de la ética y de la moral, pilares de la dignidad de la patria. El dolo y el hurto, potencializados en forma máxima en el gobierno anterior, adormecieron a la rebeldía popular del 10 de Agosto, del 24 de Mayo, de los derrocamientos de gobiernos corruptos y la sometieron a la humillación del mayor atraco de la historia de nuestro país.
El Presidente ofreció una cirugía mayor para escindir la corrupción, pero se ha incumplido la anunciada invitación a la ONU para que coordine esta lucha; tampoco se han aplicado las recomendaciones de las comisiones que designó la Contraloría ya para evaluar la injustificada deuda contratada en el correato, ya para valorar la situación del IESS.
Los esfuerzos de la Fiscal General y del Contralor se han justificado parcialmente, pues los casos Odebrecht y Sobornos, han culminado con sentencias de exfuncionarios, pero sin las devoluciones de dinero.
Increíble y vergonzosamente, el Consejo Nacional Electoral entró en pugna con el Tribunal Contencioso Electoral por la inscripción ilegal de candidaturas, unas por presentar documentos falsos, otras por representar a partidos comprados a última hora e involucrados en ilícitos y otras por tratarse de personas sentenciadas por delitos probados que buscan candidatizarse para, de acuerdo a la absurda ley electoral, alcanzar la inmunidad y con ella la fuga y la impunidad.
La justicia intervenida deja una despreciable herencia, pues subsisten jueces que absuelven a delincuentes.
Los saqueadores del país han presentado a un joven candidato, representante idóneo de las acostumbradas ofertas incoherentes e irrealizables, con las que trata de convencer a los cándidos electores y al amplio grupo de gente pensante, pero ambiciosa y calculadora, que avizora posibilidades de acomodo futuro, sin reflexionar que con esa conducta contribuyen al regreso de la corrupción y a la desaparición de la ética y de la democracia.
Felizmente el Ecuador también ha poseído gobernantes pulcros y honestos cuyo ejemplo debemos buscar con nuestro voto, entre otros a los Vicente Rocafuerte, Eloy Alfaro, Isidro Ayora, Velasco Ibarra, Carlos Julio Arosemena Tola, Galo Plaza Lasso, Clemente Yerovi Indaburo, Oswaldo Hurtado Larrea y Rodrigo Borja Cevallos.
La irresponsabilidad de muchos genera la incertidumbre de todos.