El debate del 21 de marzo rozó el mundo de la educación. Un sobrevuelo con propuestas sueltas y ofertas secundarias. Destacó más por sus omisiones que por sus aportes. Sin duda, el formato retorcido influyó. Conspiró contra el intercambio y la confrontación: publicidad aplastante, introducciones interminables, apelotonamiento de temas, respuestas sin preguntas, preguntas sin respuestas. Las interrupciones diluyeron el debate que solo se concretó en cortos momentos.
El discurso a favor de la educación ha sido evidente. Todos los candidatos han afirmado que es campo prioritario, condición para el desarrollo, clave para la ciudadanía. Sin embargo, el discurso no sintoniza con la realidad. Conocimiento, reflexiones, posturas visionarias, alternativas, fueron escasas, pedaceadas… Los presidenciables no han buceado suficiente en el tema. No lo han incorporado en su pensamiento ni en su pasión.
Las coincidencias fueron numerosas, aunque con matices. Se pueden relievar cuatro: fortalecimiento de la conectividad y el uso de la tecnología; reformas en el campo universitario: ingreso, cupos, presupuesto, autonomía; creación de becas de estudio (sin evaluar la política aplicada); y, trascendencia de la educación técnica. Puntos significativos, pero aislados, sin visión de sistema.
Las especificidades también aparecieron. Arauz mencionó la importancia del arte. Alertó sobre las brechas a nivel rural. Subrayó la formación dual. (Felizmente olvidó las escuelas del milenio). Lasso tocó el financiamiento, el deporte y el impulso del razonamiento crítico. Puntos interesantes apenas acariciados. Pica y pasa.
Las omisiones fueron numerosas y no se puede atribuir todo al formato. Entre ellas: sentido de la educación, docencia, primera infancia, educación de adultos, violencia, currículo, gratuidad, descentralización. Silencio total frente a dos temas coyunturales urgentes: retorno a clases presenciales y reformas a Ley Orgánica de Educación Intercultural aprobada en Asamblea.
Cada candidato siguió en su andarivel, presentó su lista de deseos. Un mini intercambio surgió sobre Senescyt. En general, no hubo profundización, ni debate, ni propuestas audaces, ni estrategias de acción. Todo plano, poco atractivo. No arriesgaron nada. La mentada prioridad de la educación quedó en el aire.
Queda mucho por decir y ciertamente el debate no agota los programas de los candidatos. Pero nos da una señal. Por su trascendencia, levantamos una alerta sobre la ofensiva tecnológica -mecanismo potente y popular- subrayada por los presidenciables… ¡Cuidado! Sin evaluaciones ni reflexión ni evidencias se corre el riesgo de meter la pata. Un mal manejo podría ampliar brechas, introducir ingredientes privatizadores, homogeneizar, empobrecer relaciones y razonamiento. Las máquinas son claves pero no resuelven todo. Hay que volver a soñar la educación, más allá de las cosas.