La merecida mala fama de la Asamblea hace lucir tentadora la propuesta de restablecer el antiguo Senado.
No me entusiasma la idea, pero hay que examinarla con atención. La cuestión clave es si, con esta reforma, mejorará el funcionamiento de la Asamblea. Lo que me lleva a formular una pregunta histórica: ¿eran mejores los congresos bicamerales de antes? Y otra pregunta: eran mejores ¿porque había un Senado?
En el Ecuador no hay Senado desde 1970, por lo cual ya somos pocos los ecuatorianos que podemos recordar lo que sucedía en aquellos años. Eran otros tiempos, con otras circunstancias y otros personajes; pero el país tampoco funcionaba de la mejor manera. Los golpes de Estado se sucedían unos a otros; y las constituciones se reemplazaban con increíble frecuencia: 1938, 1945, 1946, 1968. Tal vez los congresos eran mejores, pero la razón estaba seguramente en la calidad de sus integrantes, antes que en la fortaleza de las instituciones.
Entiendo que la reforma considera darle al Senado algunas tareas específicas. Por ejemplo: que sea una cámara revisora de los proyectos de ley aprobados por la otra cámara. Generalmente las leyes se aprueban con muchos errores, que deberían ser corregidos. Pero esta posible ventaja es solamente teórica, pues no podemos estar seguros de que los senadores tengan una formación jurídica de más alto nivel, o cuenten con mejores asesores. Me temo que, en la integración del Senado, en sus métodos de trabajo y en sus decisiones, reaparezcan las mismas deficiencias que sufre la Asamblea.
Otras posibilidades, a la manera norteamericana: que el Senado sea el juez que decida en los juzgamientos políticos que tramita la Asamblea; o que confirme ciertos nombramientos. Y podemos pensar en otras atribuciones.
Lo que me parece más complejo es la forma en que se integraría el Senado: ¿representación de las provincias? Uno o dos senadores por provincia, otra vez al estilo norteamericano. ¿O representación nacional? como en Colombia. Entiendo que la propuesta que se debate en la Asamblea opta por esta fórmula, que tiene, a mi modo de ver un grave inconveniente: la mayoría de senadores provendría de tres o cuatro provincias, las que cuentan con un mayor número de electores; mientras que otras, las más pequeñas o menos pobladas, se quedarían sin ningún senador. Si van a ser treinta los senadores, será inevitable que se produzca este desequilibrio.
Y un tema adicional: el período que deben cumplir los senadores y los integrantes de la otra cámara (¿volverían a llamarse diputados? ¿o representantes?). En los parlamentos bicamerales, los senadores suelen tener un período más largo, mientras que los diputados, o como quiera que se llamen, deben afrontar elecciones, digamos cada dos años, a medio período presidencial, otra vez como en Estados Unidos.
Me pregunto, finalmente, si este debate, sin duda ilustrativo, apunta a los problemas críticos de la democracia ecuatoriana.