Estamos en medio de un cataclismo. Lo peor está por venir. Habrá impactos inevitables, pero está en nuestras manos que no sean catastróficos, que puedan atenuarse.
Hoy, de manera inédita para nuestras generaciones, las de más de los cincuenta, aparece la muerte como un hecho posible y muy cercano. Se presenta, así mismo, la alternativa de salvarnos y salvar a los demás si ejercemos nuestra corresponsabilidad, si solo se cumple con una acción tan sencilla como la de no salir de casa. Esta corresponsabilidad recae también en las generaciones de jóvenes y niños, que se supone, que no se mueren si se infectan, mejoran, pero igual transmiten el letal virus. En tal sentido, el cuidado es de todos.
El Estado nos ha recordado lo imperioso de practicar hábitos de higiene y sobre todo, nos ha pedido no salir de casa, ya que a falta de vacunas, esta es la única manera de frenar la expansión exponencial de la peligrosa enfermedad.
No hay medias tintas si queremos superar pronto el problema. Así lo demuestra la experiencia china. Mientras más disciplinados seamos, salvaremos más vidas y saldremos más rápido de la tormenta. La ambigüedad llevará a prolongar el sufrimiento, expandir la muerte y a quebrar más la economía quebrada.
Aprendamos de los errores de Italia y España. El tomar decisiones tardías y contradictorias, les ha llevado a dónde están, con los sistemas de salud colapsados y abriendo canchones, no para acoger enfermos, sino para apilar sus muertos que no caben en los cementerios.
Nuestra parte de la responsabilidad es cuidarnos y cuidar a los demás, y cumplir estrictamente las políticas de las autoridades. La de estas es organizar y planificar la salida de la crisis y levantar un liderazgo que tome decisiones informadas y oportunas. Pero tales deben estar centradas en preservar la vida de la gente. En esta coyuntura están demás las dirigencias que quieran aprovechar el delicado momento para promocionar imágenes o candidaturas políticas, o las que no prioricen la inversión estatal en el personal de salud y en mejorar las condiciones que faciliten su trabajo: mascarillas, guantes, trajes adecuados, medicinas, respiradores, camas, hospitales y más personal. Hacer lo contrario es criminal. Y será juzgado.
En 1941 se mandó a la guerra sin armas a nuestros soldados. La clase política que hizo eso, desapareció para siempre de la faz política y social del país.
Las actuales generaciones, después de esta experiencia, habremos cambiado radicalmente.
Luego de esta guerra y de llorar a nuestros muertos, no desearemos saber nada de los irresponsables, pero seremos gratos con los liderazgos honestos. Y seremos más expertos en internet, valoraremos la solidaridad, la salud y educación públicas, la empresa responsable, la familia y la austeridad. Estaremos fuertes y unidos para enfrentar la crisis económica más descomunal de nuestra historia.