En mi anterior artículo utilicé la expresión “parteaguas” para definir el cambio que se está produciendo en el Ecuador con la llegada al poder de Guillermo Lasso. Dije que el ambiente era otro, inclusive antes de su posesión, respecto al de los dos gobiernos anteriores en los cuales se había roto la institucionalidad, violado los derechos humanos y consolidado el autoritarismo.
Pues esta vez mi afirmación ha tenido un sólido asidero y me ha dado la razón con el pronunciamiento del presidente electo respecto de la decisión de la Corte Constitucional acerca de la despenalización del aborto en casos de violación. Lo ha hecho como un verdadero estadista. Ha manifestado Guillermo Lasso, por escrito, que profesa la fe católica y que cumple con sus valores y principios en su vida privada. Pero, también ha dicho que, como presidente y hombre público, respetará los pronunciamientos de otras personas y de las otras funciones del Estado sin inmiscuirse en sus responsabilidades. Lo ha hecho invocando los pilares de la democracia, el laicismo y el republicanismo, que son innegociables. Ha resaltado que aceptará, como no puede ser de otra manera, diferentes creencias a la suya y prevalecerá la separación de poderes. En definitiva, que la institucionalidad y el respeto a sus acciones serán señales que marcarán su gobierno.
Si en un tema como este, que genera una legítima polémica, que involucra la moral, la religión y hasta la política, Lasso maneja con este talante democrático y sensible al sentimiento popular, estamos bien encaminados. Estaremos atentos a otras manifestaciones sobre asuntos en otros ámbitos igualmente relevantes y controversiales, que con certeza se presentarán, en los cuales Lasso promete respetar de la misma manera.
Qué diferencia con la actitud intimidante del expresidente Correa, auto proclamado progresista y de izquierda, que bajo amenazas obligó, en octubre de 2013, a los y las asambleístas de su propio partido a votar en contra de la despenalización del aborto que estaba siendo debatido en el parlamento como parte del nuevo Código Orgánico Integral Penal. Fue al extremo de llamar traidoras a cinco militantes de su partido que favorecían la despenalización y a expresar que renunciaría al cargo si tal hecho se produjera. Varias asambleístas, conocidas militantes de esa causa tan controversial, dejaron de lado sus principios y, sumisas y cabizbajas, aceptaron sin chistar la orden del líder.
Estoy convencido de que este tipo de actitudes, como la que ha hecho gala el presidente electo, será valorado por la ciudadanía y que el respeto, junto a la tolerancia, entre las personas y las instituciones debe primar si queremos recuperar al país del desbarajuste total en que vivimos.
El “parteaguas” está vigente, bien por el Ecuador.