Es aforística la expresión “gran arte” para aquel que alcanza niveles metafísicos, es decir, para ese arte cuyas realizaciones visibles revelan la realidad subyacente. Definición vigente en tiempos en los cuales la banalidad es sacralizada por ciertas “teorías” sobre artes visuales. Y esta, la que mejor define y contiene la obra de Manuel Rendón Seminario.
La línea en su más vasto y hondo sentido –soplo de vida–: erguida, curva, serpenteante, tenue o densa, acechante, germinadora, jamás inanimada, la divisa del ecuatoriano universal, quien, junto al uruguayo Joaquín Torres García, trajo el constructivismo a Latinoamérica.
La obra de Rendón Seminario es única, es decir, pertenece a esa estirpe de creaciones plásticas que, aunque pertenezcan a esta o aquella escuela, son siempre un estallido que libra al artista y lo alienta a ir más allá. El maestro influyó en artistas de la dimensión de Antoni Tàpies y Antonio Saura, y en nuestros lares, Tábara y Maldonado, entre otros.
Rigor y brío, creación incesante, introversión y júbilo, signaron el camino del maestro, y sobre sus construcciones visuales, un rumor de poesía ascética. Perteneciente a una familia de “patricios”, prefirió un oficio solitario que lo condujo a una visión total (contemplación de lo íntimo y de los inasibles confines del espíritu).
Rendón Seminario (París, 1894 – Portugal, 1982) se inició como escultor, pero enseguida se dedicó a la pintura. Sus años de aprendizaje revelan trances y privaciones. ¿Su familia fracturó los vínculos con él o fue él quien lo hizo? Lo cierto es que su juventud fue un peregrinaje por las calles de París en condiciones precarias. Su figurativismo lo introdujo en los elusivos círculos parisienses. Luego disecó los volúmenes y accedió a un estilo que logró la esencialidad. Así, erigió personajes consumidos, iluminados por una luz de cromática austera.
Su ingreso a la galería dirigida por Léonce Rosenberg constituyó su consagración definitiva. Expuso junto a Juan Gris, Picasso, Braque, Léger, Chirico. En 1931 el holandés Van Beuningen señaló: “Se lo cita a menudo junto a Braque, Léger y Picasso, pero no encuentro ningún punto de comparación con los tres, Rendón es único”.
La obra de Rendón Seminario es pintura en movimiento (en su sentido estético primordial y en el de procesos de acrecentamiento de virtudes). Exploración y hallazgo. Traslaciones constantes. Libertad ajustada a un ejercicio de sólida voluntad de comunicación y disciplina. Y ese halo de misterio que dimana de su creación (ascetismo, misticidad), atributo cardinal de su obra.
Luz y línea, la sustancia de la obra de Rendón Seminario. Luz que le permitió abrirse camino por entre sus líneas, espesuras y misterios, por el “caos” del cual él mismo hablaba. “En Dios descansa el hombre./ Pero mi corazón no descansa, no descansa mi muerte,/ el día y la noche no descansan,/ sin embargo, mi camino está hecho de luz”.