Queridos ecuatorianos, queridos militares, queridos policías, queridos médicos, queridos estudiantes, queridos servidores públicos, querida Rocío, querido Otto. Un desborde de cariño en el mensaje presidencial, en momentos en que Ecuador atraviesa la crisis económica y social más profunda de su historia. Fue la oportunidad de presentar, sin ambages, la gravísima situación que afronta el país y la necesidad imprescindible de la cooperación y sacrificio de todos para poder superarla. Es mandatorio redefinir la acción del Estado para que se concentre en aquello que naturalmente le corresponde y redimensionarlo a un tamaño compatible con la realidad nacional.
La economía ecuatoriana venía en picada desde 2014, cuando cayeron los precios del petróleo y resultó insostenible el obeso sector público y el brutal gasto estatal incrementado irresponsablemente por el economista, catorce veces doctor honoris causa.
Un par de cifras para evidenciar lo anterior: los salarios del sector público crecieron de USD 4048 millones en 2008, a 9451 millones en 2018. Y los empleados del IESS aumentaron de 10 134 en enero de 2017 a 38 650 en diciembre de 2018.
El mensaje del 24 de mayo giró alrededor de cuatro ejes: salud,(enfrentar la pandemia); alimentación,(proveer alimentos mínimos a los más necesitados); empleo (preservar los actuales y crear nuevos); y dolarización (“mientras yo sea Presidente de la nación, será cuidada protegida y atesorada”). Pero esos objetivos no se logran con buenas intenciones y palabras melosas: “Juntos, unidos y solidarios vamos a ser mejores seres humanos”
Al Estado le corresponde: la seguridad, la educación y la salud, y el manejo eficiente y honesto de los recursos destinados a ellos. Para que cumpla con estas obligaciones, los ciudadanos contribuyen con los impuestos y la naturaleza con los recursos que guardan sus suelos. El Estado empresario, que distrae fondos en empresas de: generación eléctrica, petroleras, refinadoras, constructoras, cementeras, farmacéuticas, transporte, confecciones, telecomunicaciones, televisoras y radiodifusoras, financieras y un largo etcétera, está malgastando recursos públicos. No hace bien una ni otra cosa. Y esos negocios facilitan la escandalosa corrupción.
Nunca será excesivo insistir en la responsabilidad política del capo mayor en el descalabro de la institucionalidad y la economía ecuatorianas. No solo para apartarlo definitivamente de la vida política, sino para evitar que cualquier demagogo, con la flauta mágica en la mano, pretenda alzarse con el poder aprovechando el descontento e ingenuidad de buena parte de la población que, sin escarmentar con experiencias anteriores, vote en febrero del próximo año por cualquier vendedor de ilusiones que ha sumido al Ecuador en la debacle actual.