La política ha decidido aplicar al Consejo Nacional Electoral el castigo medioeval del descuartizamiento. Tres caballos tiran al hereje en direcciones diferentes exigiéndole uno, la Contraloría, que elimine unos partidos políticos ridículos; otro, el Tribunal Contencioso Electoral, que resuscite a los partidos eliminados; y otro, el candidato, que habiliten su candidatura aunque no haya cumplido las leyes y normas electorales.
Es una fiesta bárbara en la cual los aldeanos ignoran lo que está en discusión y no toman partido, se contentan con ver morir al descuartizado. Terminado el castigo, se retirarán a sus casas en silencio. El propósito del castigo es probar que el acusado es culpable, aunque no se sepa de qué. En retorcida tramoya kafkiana, el reo sabe que es culpable de algo y reclama castigo; no hay peor castigo que la conciencia de culpa.
Los 5 miembros del Consejo Electoral se creen inocentes pero se saben culpables porque no pueden satisfacer los pedidos contradictorios del partido que les nombró, de las leyes y reglamentos electorales, de los órganos de control, de los candidatos y de los ciudadanos que esperaban un proceso limpio, transparente, rápido. No pudieron ni siquiera ponerse de acuerdo entre ellos.
Del espectáculo político ecuatoriano lo más triste es el grupo de ciudadanos que protesta en las puertas del Tribunal reclamando el derecho de su candidato a calificar por sexta vez, en el cuarto partido, como candidato presidencial. Si a quienes protestan y a quienes dirigen se les exigiera el carnet de afiliación, no quedaría nadie, ni el candidato.
En esta política bárbara tenemos partidos que han inscrito candidatos a quienes ellos mismos califican de traidores; partidos que han inscrito tres binomios para la misma elección; candidatos inscritos por diferentes partidos, candidatos que han cambiado al compañero de fórmula a medio camino; candidatos que pretenden comprar el voto ofreciendo mil dólares a un millón de ciudadanos la primera semana de gobierno; candidatos que ofrecen permitir que los ciudadanos porten armas para que se defiendan de la delincuencia a bala.
Ya sabemos que la política no es racional y que el voto es emocional; el problema no es del pueblo sino de los políticos chapuceros que ya no son capaces de concebir una idea sino estrategias para alcanzar el poder y mecanismos para permanecer en él. Ya Thomas Jefferson decía que los demagogos echan una parte del pueblo contra la otra. Atacan a la élite que son ellos mismos, injurian al oponente, no a sus argumentos y apelan a las emociones, no a las razones.
Los partidos tienen que volver a ser escuela para políticos donde se estudie la realidad, se aprenda a razonar, no para justificar la propia opinión sino para buscar la verdad. Si los políticos no son capaces de regenerarse, si continúa la política bárbara, morirán todos descuartizados como los miembros del Consejo Nacional Electoral.