El día en que perdimos el dólar

Se puede ser pobre o rico, gastar más de lo que se produce, en dólares o en cualquier moneda. El país adoptó la dolarización como una tabla de salvación hace más de 20 años, tras una crisis financiera que dejó varios muertos y pocos presos.

¿Cuán importante y viable sigue siendo?

He leído comentarios contrapuestos sobre la posibilidad de una desdolarización a propósito de la grave crisis económica que atravesamos. La titular del Banco Central contempla para este año un escenario mucho más dramático incluso que los que hacen los organismos internacionales, pero hay que aclararle y aclararnos que no todo es culpa del covid-19: ya teníamos una crisis de deuda.

Hagamos un poco de historia. La economía ya estaba parcialmente dolarizada antes de la decisión que tomó Jamil Mahuad y que implementó Gustavo Noboa. Pero con los años su importancia creció y se volvió un ancla -tanto en el sentido negativo como en el positivo-, al punto que se llegó a afirmar que solamente el dólar era más popular que un presidente tan votado como Rafael Correa.

La relación inicial entre el dólar y el sucre era desproporcionada, pero fuimos hábiles con el redondeo. Y en pocos años olvidamos los desajustes porque junto al dinero de la exportación de productos tradicionales empezaron a llegar los dólares arduamente ganados por los emigrantes del feriado bancario, por un lado, y los narcodólares, por otro.

Ecuador estaba listo, entonces, para que vinieran los salvadores y empezáramos a perder el dólar. Con hambre insatisfecha y a nombre de los más necesitados, grandes y pequeños faraones llenaron sus alforjas valiéndose de un esquema de compras públicas hecho a la medida. Al tiempo que se multiplicaron las megaobras con precios de emergencia y sin estudios, muchas hoy inservibles, sus fortunas personales no dejaban de crecer.

Muchos lo sabían y guardaron un silencio cómplice, y otros participaron y se dejaron llevar por la corriente. La guadaña de la censura y la intolerancia dieron como resultado una mezcla tóxica que nos dejó sin participación ciudadana, sin justicia, con las libertades confiscadas y con una idea, tan generalizada como absurda, de ser un país con dinero para gastar: si no tienes efectivo, tarjetea.

Es poco lo que ha logrado hacer un sistema judicial difícil de depurar. Y cuando uno que otro caso de aquel segundo festín del petróleo se había judicializado, se evidencia una nueva ola de latrocinios, no ya de cientos de millones de dólares sino de menor cuantía. Estas acciones criminales, sin embargo, son igual de indignantes y deben castigarse.

No ganamos ni aprendimos nada como sociedad, la corrupción hizo su parte y tenemos el país y la economía que merecemos, sin horizonte ni reservas morales. ¿En estas circunstancias, el dólar seguirá siendo tan fuerte como se ha creído? Se aceptan apuestas.

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