Un pálido reflejo

Buscando antecedentes para mi columna, encuentro un artículo del amigo y gran periodista Gonzalo Ruiz Álvarez, escrito en el año 2013. Partiendo de la situación que vivía Argentina en esos años, en pleno kirchnerismo, anticipaba la persecución que se venía al periodismo ecuatoriano, al aprobarse la lamentable Ley de Comunicación. No se equivocaba, por supuesto. Tengamos presente que solamente hace pocas semanas se eliminó de la ley aquella sinuosa declaración de servicio público. Pasan los años y van quedando la experiencia argentina, la experiencia venezolana, la experiencia que padecimos los ecuatorianos.

Pero yo estaba en otra cosa. Nada menos que en las elecciones presidenciales de 1978-1979. Debemos recordar las fechas: la primera vuelta se celebró el 16 de julio de 1978; y la segunda vuelta, más de nueve meses después, el 29 de abril de 1979. Sí, así sucedió. No estoy equivocado.

En esos nueve meses sucedieron muchas cosas. El resultado de la primera vuelta tomó de sorpresa a la clase política, que no se resignó a su fracaso.

Empezó entonces a fraguarse un plan siniestro para impedir el retorno al régimen constitucional.

El proceso de escrutinio se volvió tormentoso, las nulidades aparecían por todos lados, crecían los rumores y la incertidumbre.

Fue entonces que un personaje, que ostentaba una importante dignidad en el tribunal electoral, con pocos escrúpulos y mucho cinismo, profirió la célebre frase: todo lo que estaba ocurriendo “solo era un pálido reflejo de lo que vendrá después”.

La indignación nacional aumentaba por momentos. El gobierno militar no tuvo más remedio que destituir al tribunal electoral de la frase; se designó otro, concluyó el escrutinio y, finalmente, se realizó la segunda vuelta.

Traigo estos recuerdos a propósito del proceso electoral en marcha.

No quiero parecer un temático incorregible, pero una buena parte del laberinto se origina en la Constitución de Montecristi.

La asamblea se sacó de la manga dos organismos electorales, que se enfrentan, se contradicen, se acusan y demandan. Y luego están unas cuantas leyes que parecen haber sido escritas, y a lo mejor lo fueron intencionadamente, para provocar conflictos interminables e irresolubles.

Y a los males institucionales y legales se suma el comportamiento de los políticos, sus ofertas mentirosas y sus cálculos pequeños, su generalizada irresponsabilidad. Y por si esto fuera poco, la pandemia, el confinamiento y el miedo.

Es lógico entonces que aumenten el desencanto, la confusión, la perplejidad, la desconfianza.

Y es posible que, cargados de pesimismo, volvamos a escuchar que el penoso panorama que estamos contemplando solo es un pálido reflejo de lo que vendrá. Dios no lo quiera.

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