Tenemos ya nuevo presidente de la República en elecciones tranquilas y sin sobresaltos. La ventaja de cinco puntos porcentuales entre Guillermo Lasso y Andrés Arauz desbarató las infundadas y absurdas acusaciones de fraude que, por afinidades ideológicas con la opción política perdedora, difundió días atrás el diario argentino “Página 12”.
Una mayoría se pronunció en las urnas contra la prepotencia y el autoritarismo, la corrupción y la mentira; contra una práctica política de ofensas, descalificaciones y amenazas a los opositores convertidos en enemigos; y votó a favor del encuentro entre los ecuatorianos y el respeto a la democracia; en lo político, prefirió un modelo distinto al concentrador del poder y, en lo económico, de menos omnipresencia del Estado y más apoyo a los emprendimientos privados y de apertura a los mercados internacionales.
El triunfo de Lasso representa el rechazo al retorno del populismo autoritario; la derrota de Arauz, el cansancio por una práctica política que atizó el desencuentro y la polarización en el país a lo largo de los últimos 14 años. El primero, con una hábil campaña electoral, logró remontar la ventaja que había obtenido el segundo en la primera vuelta y alzarse con una holgada victoria.
Los resultados son una bocanada de aire fresco. A diferencia de la deplorable experiencia en la primera vuelta, el Consejo Nacional Electoral cumplió con eficacia y transparencia su papel en los comicios del domingo.
No obstante, pasadas las tensiones de las semanas de campaña, urge concretar el acuerdo nacional para enfrentar la crisis sanitaria, económica, social y ética, una de las más graves de la historia nacional. No hay tiempo que perder. Es el momento de demostrar que son una realidad los llamados a la unidad.
La cultura política nacional se ha caracterizado por la incapacidad de llegar a acuerdos: han sido excepcionales los momentos en los cuales las coincidencias alrededor de una causa han unido a los ecuatorianos; ahora la causa es la supervivencia del país.
El Presidente electo prometió la construcción, desde su asunción al poder, de un proyecto nacional. El saludable ambiente de conciliación es un buen preámbulo. Ciertamente no está solo en sus manos. Hay que esperar que, sensible al momento histórico, la fragmentada Asamblea dé una respuesta positiva; y también los distintos sectores ciudadanos, gremios empresariales y de trabajadores, movimientos indígenas y grupos sociales.
Enfrentar la pandemia y la aguda recesión económica, crear fuentes de trabajo y luchar contra la creciente pobreza, extirpar la corrupción son objetivos prioritarios. Frente a la desigualdad y exclusiones y una sociedad marcada por la desconfianza y el escepticismo, el llamado a un país del encuentro abre las puertas a un nuevo horizonte.