Una fría tarde de 1966 conocí a Benjamín Carrión en su casa de Bellavista, y tuve la fortuna de trabajar a su lado diariamente hasta 1968, cuando me fui a Europa. Y ahora, 54 años después, vuelvo a encontrar a ese mismo Carrión, tan vivo y entusiasta como siempre, entre las páginas del bello libro que acaba de editar Francisco Febres Cordero, el Pájaro.
No se trata de una biografía: es más bien un retrato. Un retrato lleno de magia que va y viene por la fructífera vida de un personaje que hizo todo lo posible para no parecer un personaje. Afable, siempre optimista, lleno de ardor, apasionado, rodeado siempre de una sencillez que emanaba de su interior, de su palabra, siempre lista al comentario agudo, al humor, a la celebración permanente de este milagro que es la vida, más milagro todavía cuando está bañada por la luz de la cultura. Sus lecturas, sus casas, sus viajes, sus libros, su enorme biblioteca, su tierra perdida en “el último rincón del mundo”; pero sobre todo su amor a Mamaniña, a Jaime y Pepé, sus hijos; a sus nietos…; todo eso que hace la vida, todo está ahí para que podamos ver la intimidad de ese hombre que se trataba de tú a tú con los más grandes de todo el continente.
“Pasiones de un hombre bueno”, titula este bello libro, porque son dos sus coordenadas mayores: el apasionamiento, del cual Carrión siempre hizo gala, y la bondad, la generosidad que Carrión derramó siempre a raudales. En uno de sus textos estampó estas palabras: “Yo nunca escribo desapasionadamente. Si tal hiciera, habría preferido la profesión de notario a la de escritor”.
Y en otro lugar declaró que para él eran más importantes los hombres buenos que “los simplemente inteligentes”.
Y lo mejor es que el Pájaro tuvo una finalidad al destacar estas cualidades de Carrión: “quiero –escribió– que su vida sirva como ejemplo para estos malos tiempos, tan llenos de odio, tan llenos de envidia, de falta de generosidad, trapacerías y abyecciones.”
A lo cual yo quisiera sumar un recuerdo que el Pájaro consigna en las últimas páginas de su libro. Son palabras que provienen de “El coronel no tiene quién le escriba”, pero él las recuerda como quedaron en una versión teatral que hizo el Teatro Ensayo de la Universidad Católica, que él mismo dirigía en los años 70: “La ilusión no se come –dijo ella. / No se come, pero alimenta –replicó el coronel.”
Palabras que debemos guardar en la memoria, porque las necesitamos para seguir viviendo, como necesitamos saber que el Ecuador no solo ha producido esos siniestros personajes que hoy llenan de escándalos las páginas de los diarios y las redes sociales, sino también gente buena como Carrión y su familia. Saberlo es necesario para los jóvenes que no tienen memoria de otros tiempos en que vivíamos más pobres, pero teníamos más limpia la mirada. Y es necesario para los viejos, que estamos tan tristes por todo lo perdido.