“El poeta puede escribir en el aire/ con el último manojo de su propia ceniza/ lo que en vida fue: puñado de palabras/ dichas sin rozar el sí mismo con el fondo./ Detrás de sus versos estará esperándose”.
Pequeño y desgarbado (tenía la costumbre de asirse al blandís del traje como para aligerar algún peso oculto), reservado y familiar, afable y escurridizo, utopista irredimible, Humberto Vinueza (Guayaquil, 1942) fue un ser humano labrado en valores. Humorista que apenas sonreía, esparcía alegría en sus enjundiosas conversaciones, aunque a veces, helaba la sangre de quien era blanco de sus sutiles ironías, finas como un escalpelo que rasgaba piel adentro. No se sabe cuándo perdió su cabellera o si alguna vez la tuvo. Tampoco por qué en su hoja de vida constan tantos lugares de trabajo: ¿difusas formas de salir disparado de él mismo?
En 1962 apareció en Quito el movimiento Tzántzico. Mito, provocación, leyenda; imagen de una revuelta, de una eclosión intelectual más bien, pero que no cambió la faz del sistema ni las convenciones sociales como fueron sus objetivos. ¿Fue ‘Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro’, libro de Humberto, producto de su pertenencia a los tzántzicos? ¿Dio con este libro un viraje a nuestra tradición poemática dada su significación como adelantado de la antipoesía? Lo cierto es que este libro sobrevoló sobre mitos, leyendas y tradiciones de nuestra historia, demoliéndola a golpes de alusiones hondas no exentas de sarcasmo.
La poesía de Humberto es una confirmación de que esta no se engendra en la conciencia del poeta, sino en su denuedo para desafiar el tiempo. La poesía pone en cuestión lo trascendente, es ingénita en ella misma, carece de un fin determinado. Bataille persuade: “Si se dedica a cualquier acción fija, abandona la poesía”. No existe, entonces, en el trabajo poético, ningún otro compromiso que no sea el de su singular esencia: la palabra: “nada es fuera de la palabra/ ni siquiera tú/ ni el silencio”, nos dice Humberto.
A este empeño dedicó su vida. Conciencia de una ardua entrega a la palabra; convicción y evidencia de haberlo hecho en sigilo; obra madura y resistente, gracias a la briosa y convencida búsqueda de la palabra (esta, no aquella ni la de más allá, despojada y sola). La palabra de Vinueza se dispersa en una exploración desaforada de su raíz; sondea la historia y asume una voz labrada en tonos filosóficos de naturaleza existencial. Lenguaje que hiere y alivia; transgrede y consuela; lenguaje oscuridad, pero que abre espacios iluminados.
La poesía de Humberto es frenesí incoercible que desbroza caminos hacia el corazón de la palabra, ¿para llegar adónde?: a ese lugar que es ninguno y son todos, aquí y ahora. Obra vasta (la más extensa de su generación), críptica, grave, honda, hostigante. Recomienzo perpetuo: arma y escudo, refriega, vorágine y sosiego, agua trepidante y convulsa: pura y mancillada bitácora de sus descubrimientos. Un hombre y su palabra: poesía.