El asunto es de terror: guiados por un Trump desquiciado, los gringos se están suicidando. Literalmente. E históricamente. Con irresponsabilidad y desdén, los jóvenes organizan fiestas en las que ganará el premio quien primero se contagie; así murió un muchacho en Texas que tampoco creía en el peligro del virus.
Y en Florida, epicentro actual de la pandemia por no haber aplicado controles, un restaurante que funciona frente al reabierto Disney World daba comidas gratis a quienes entraran sin mascarilla. Cuando llegó la policía, los trumpistas que colmaban el local armaron un escándalo porque se atentaba contra su derecho… a contagiar se entiende. Son la misma actitud y el mismo tipo de gente que defiende el derecho a que se venda libremente esas armas largas de uso militar que son periódicamente utilizadas para masacrar a sus conciudadanos, incluidos los niños.
Es como si estuviéramos todos en el Titanic, dice Paul Krugman, “con un capitán loco que insiste en ir directo hacia el iceberg. Y su tripulación es demasiado cobarde para contradecirle”. En realidad, el Presidente es un mentiroso patológico que niega la realidad de la pandemia porque está cayendo en las encuestas. Con esa mueca de supremacista dice: “We are doing great”… ¡con 140.000 muertos por covid! ¿Cómo se llegó a esta situación?
A lo largo del siglo XX, superando al fascismo, al comunismo y a los viejos imperios, EE.UU. impuso al mundo su poderío económico y militar y, sobre todo, su modo de vida, ese ‘american way of life’ basado en la publicidad y el consumo desenfrenado. Y en la democracia liberal aplicada a su manera, con racismo adentro y Big Stick afuera. El siglo pasado fue sin duda norteamericano.
Pero ahora también se están suicidando como imperio gracias a las políticas de Trump y los republicanos que, paradójicamente, han hecho más por socavar su hegemonía global que varias generaciones de estudiantes y trabajadores que gritaron por las calles del mundo: “¡Abajo el imperialismo yanky!”. Un presidente que desacredita a sus propios servicios de inteligencia y da la razón a Putin, el enemigo atávico. Además, le cede Siria y pide a Xi Jinping que le ayude a ganar la reelección.
¡Cómo se regodeará el líder chino con ese adversario que ahora sí parece un tigre de papel, como decía Mao Tse Tung del imperialismo! Sin despeinarse, Xi termina con las libertades de Hong Kong y su remozado imperio va ocupando con préstamos, proyectos (y coimas tipo Coca-Codo Sinclair) los espacios que abandonan los gringos, que ni siquiera pudieron impedir que Venezuela, con el sostén de chinos y rusos, se convirtiera en un régimen de militares narcofascistas.
Incluso si gana Biden, quien acaba de lanzar su plan Buy American apuntando al mercado interno, ese repliegue continuará. Este siglo ya pinta chino, qué duda cabe.