Los Estados han crecido en los últimos meses sin que apenas nos diéramos cuenta. Todos los gobernantes están felices con naciones enteras llenas de huérfanos en vez de ciudadanos. En Estados Unidos, el presidente reparte cheques a domicilio; en España acaban de aprobar el ingreso mínimo vital; en Argentina el gobierno paga a la mitad de sus habitantes un salario, un bono, un subsidio o alguna ayuda; las empresas pueden acogerse a créditos o solicitar que el Estado pague parte del salario a sus empleados. Nuestro gobierno, que ha tenido “la crisis más grave de la historia”, llega con el bono solidario a ochocientos mil beneficiarios; con salario a ¿seiscientos mil burócratas?; con kits alimenticios a no sé cuantos indigentes y ofrece conseguir nuevos préstamos para repartir entre el Estado y las empresas privadas que necesiten liquidez.
Todos los gobiernos reparten dinero como agua. Los políticos están felices; bendito coronavirus que permitió encerrar a todos los ciudadanos, como niños mal portados, y que el gobierno se ocupe de ellos fungiendo de enfermero, profesor, policía, benefactor, informador.
Un amigo cubano, de los que no creían en Fidel, contaba, no sé si con verdad, que el comandante conoció en un viaje vacas holandesas Holstein Friesian que producían cada una más leche que todo un hato de vacas flacas cubanas y decidió aclimatarlas en la isla. Proyectando ya el paraíso comunista, hacía soñar al pueblo en los discursos diciendo que un día repartirá leche por tubería a todos los domicilios. Así sueñan ahora los políticos que están felices con sus naciones convertidas en jardín de infantes y entregando dinero por tubería.
Mientras esperamos permiso para salir a la calle, cumpliendo temerosos las reglas, confiados en que ya tienen al virus bajo control, escuchamos todos los días informes oficiales acerca de la educación por internet, de las plazas disponibles en los hospitales, de los créditos que vendrán para el fisco y las empresas y de los avances diarios de los casos de corrupción que proliferan para entretenimiento de los confinados.
Si una fuerza de tarea resultó exitosa enterrando muertos y otra fuerza de tarea se conformó para matar la corrupción, era lógico que se conformara una para resucitar a la economía. Los expertos, que ahora están de moda, nos dirán cuándo podemos salir, cuánto reducirán nuestros salarios y cuánto aumentarán nuestros impuestos.
Todos dependemos del Estado: la burocracia para cobrar su salario, las empresas para obtener créditos de liquidez, los medios para ganar el concurso de frecuencias, los indigentes para acceder al bono de desarrollo humano, los enfermos para llegar a una cama de hospital, y los muertos para que la fuerza de tarea les de sepultura. ¿Dónde quedó lo que llamábamos libertades individuales? ¿Dónde la empresa como motor de la economía? ¿Dónde el derecho democrático de controlar a nuestros representantes? De pronto estamos constatando que el Estado es más grande y nosotros más chicos.