El miedo está cambiando de bando. El miedo a la pandemia migra hacia el miedo a la crisis económica y social. Salvo pequeños períodos de bienestar, riqueza e inconsciencia, el hombre ha vivido siempre dominado por el miedo y, paradójicamente, el hombre es la fuente de casi todos los males que le aterrorizan: las pestes, las guerras, el hambre. El miedo paraliza, obnubila, aísla; pero también incentiva la hazaña, el autodominio, la precaución. El miedo construyó muros, edificó ciudades, levantó catedrales, el miedo inventó el cielo.
Los hombres se clasifican en tres grupos ante el miedo: los cobardes, los temerarios y los valientes. Los cobardes huyen, se repliegan, se encogen ante el miedo; los temerarios ignoran el miedo porque ignoran el peligro, es una forma de inconsciencia; los valientes conociendo el miedo y evaluando el peligro, lo enfrentan, lo derrotan, lo dominan.
Los gobiernos también difieren en la forma que han enfrentado la crisis del coronavirus. Hay gobiernos temerarios (AMLO, Bolsonaro, Trump) que desafían la peste negando la existencia o la gravedad de la pandemia. Otros gobiernos cobardes (Turkmenistán, Corea del Norte) se van por las ramas escondiendo las cifras, convirtiendo en secreto la realidad o prohibiendo las noticias y hasta la palabra “coronavirus”. Solo los gobiernos valientes actúan con rapidez y decisión como el de Taiwan que incluso advirtió del peligro a la OMS.
Los gobiernos valientes son los que tendrán menos muertos a sus espaldas, los que saldrán más rápido de la crisis, los que podrán soñar en volver a otro período de prosperidad.
A nuestro Gobierno ¿cómo le clasificaremos? Tal vez como un gobierno temerario que actuó tarde, a medias y sin conciencia del peligro. Las decisiones adoptadas y las medidas propuestas delatan que ignora el peligro. No tuvo conciencia del daño que provocó con el insulso manejo de los muertos en Guayaquil. Trata, aparentemente, de resolver su problema con medidas fiscalistas. Pedir “contribuciones” obligatorias es absurdo, incrementar impuestos a empresas que pueden quebrar, que no pueden pagar salarios y a ciudadanos sin trabajo o que pasan hambre, es una provocación, una temeridad.
No solo ignora el peligro, sino que desprecia la ayuda que se le ofrece. Cuando un gobierno es desbordado por la realidad lo que tiene que hacer es pedir auxilio. Llamar a la unidad nacional es apelar a ideas, propuestas, liderazgo, de los que tienen experiencia y capacidad. Líderes políticos, líderes empresariales, economistas, ex mandatarios han sugerido medidas para evitar un descalabro de proporciones en salubridad y en la economía con consecuencias inimaginables en confrontación social. No se puede acoger todas las sugerencias, pero llamar a la unidad no es retórica vacía o creer que la unidad es apoyar ciegamente las debilidades del Gobierno; es conformar un grupo de apoyo del más alto nivel y la mayor representación social que garantice la capacidad de decisiones valientes, oportunas y acertadas.