Es bien conocido que Voltaire fue un apasionado defensor de la libertad y la justicia. Por eso se cuentan por docenas aquellas frases que condensan su pensamiento en esa línea.
Cómo no recordar, por ejemplo, aquella clásica relativa a la libertad de expresión “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Fue un luchador incansable contra la injusticia que campeaba en las decisiones judiciales de su tiempo. Uno de sus más célebres alegatos, Tratado sobre la tolerancia, fue escrito contra una sentencia que condenó a muerte a un hombre humilde acusado injustamente, por motivaciones religiosas, de haber asesinado a su hijo.
He traído a colación estos datos en rechazo del intolerable abuso cometido al haberse empleado otra de sus frases, con imagen incluida y en tono de queja, contra la sentencia condenatoria dictada hace pocos días en el caso “sobornos”.
La frase que escribió Voltaire es la siguiente: “El último grado de perversidad es servirse de las leyes para la injusticia”. Pero el último grado del cinismo es que la use quien, durante los diez años en que ejerció el poder, utilizó a las leyes a su antojo.
Así consiguió que jueces timoratos o venales dicten sentencias favorables a sus afanes económicos.
Y también utilizó las leyes para perseguir a opositores, a periodistas, a dirigentes sociales, a educadores, a líderes indígenas, inclusive a quienes en las calles le manifestaban su reprobación.
Y en algunos de esos casos, los diez de Luluncoto, por ejemplo, se llegó al último grado de perversidad. Pero esta exhibición de cinismo no nos debe extrañar.
¿No ha sido también una muestra de cinismo que los personajes que integraron ese régimen acudan a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos alegando una presunta violación de sus derechos?
Hay que recordar, a quienes parece que les está fallando la memoria, que en aquellos años se pidió oficialmente la desaparición de este organismo, porque tenía su sede en Washington; y hasta se quiso montar un sistema paralelo con el consabido apoyo de los gobiernos encaramados en el socialismo del siglo XXI.
Hay una clase de políticos, no son todos por cierto, de los cuales se puede esperar cualquier comportamiento, por arbitrario, contradictorio o censurable que pudiera ser.
Políticos en cuya conducta priman, no los principios de la ética o de la honestidad intelectual, sino sus intereses u objetivos. Por eso el cinismo, la doble moral, la desvergüenza, se evidencian tan frecuentemente en sus discursos, en sus declaraciones, en sus mensajes.
Ya estamos acostumbrados a sus mentiras; pero, por favor, déjenlo tranquilo a Voltaire.