Es atroz para el mundo el espectáculo Trump: un necio, un ‘negado’, ‘que no sabe ceder’, ‘incapaz de aceptar la derrota’, acepciones del nescius latino, cualidades que contemplamos absortos e indignados o irónicos y burlones; angustiados muchos, o refocilándose a diario en las posibilidades que la necedad proveniente de esas alturas ofrece a favor de sus planes, los cínicos Putin y Netanyahu, que hasta hoy sabían justificadas por Trump sus propias ambiciones. La negación de humanidad que comparten los tres, vertida sobre la cotidianidad universal durante cuatro largos y tortuosos años, les ha sido ‘ventajosa’, porque los planes del autoritarismo pudieron contra todos los demás. La voluntariedad trumpiana, ‘determinación de la propia voluntad por mero antojo y sin otra razón para lo que se resuelve’, como dice nuestro DLE, ha sumido al mundo en la víspera del desastre.
Hoy, contra estas y tantas otras tristes excepciones, celebramos en el mundo la victoria de Biden. En contraste con la fortaleza animal del magnate inmobiliario, estoy segura de que, de la aparente debilidad física y psicológica de Biden, de las que se han hecho eco voces en pro y en contra de su próximo gobierno, el presidente electo sacará fuerzas de flaqueza y permitirá a los EE .UU. y al mundo retomar el difícil rumbo hacia lo que de bueno anhelamos aún. Es cierto que recibe un país dividido: ‘Divide y vencerás’ es frase que se atribuye a Julio César, pero sea quien fuese el o la que lo pronunció, acertó plenamente: dividir es fórmula segura para consumar el mal.
El éxito de Biden es democráticamente ejemplar para el mundo. Más de ciento cincuenta millones de individuos acudieron a las urnas y para los republicanos ha sido imposible y sigue siéndolo, demostrar que hubo un solo voto ilegal. Es, ciertamente, un milagro de la democracia: George W. Bush, republicano, el gobernante que tuvo que enfrentar el ataque a las Torres Gemelas y mintió al mundo para atacar a Iraq, felicitó a Biden por su victoria, en la que votaron negros, latinos, pobres; lo felicitaron los gobernantes europeos, incluido el papa, y la mayoría de los americanos. El mundo espera anhelante que el perdedor acepte su pérdida, para que Biden y los demócratas aprovechen el tiempo y preparen sobre bases idóneas el nuevo Gobierno que empezará en enero próximo. Deben compartir –palabra que para Trump es un agravio- el conocimiento de la situación del país, los pactos evidentes o secretos, los logros -alguno debe de haber tenido el magnate de pésimos modales y peor gusto-, las esperanzas y desesperanzas…
Alivio es la palabra: literalmente, se nos ha quitado el enorme peso de mediocridad, maldad e insulto que expelía y expele el presidente. Por mucho que obstaculice la transición; por mucho que sus acólitos y acobardados colegas republicanos mientan a su favor sobre los votos ilegales, por mucho que el trumpismo no reconozca su derrota, la verdad, esta frágil verdad que tanto nos consuela, prevalecerá.