Una mujer, al parecer culta e inteligente, me ha escrito una carta (todavía hay gente que escribe cartas) en la que me dice que lee fielmente mis artículos de opinión, pero que no siempre está de acuerdo con mis opiniones. Me alegró infinito, porque lo más importante no es estar siempre de acuerdo, sino pensar, acoger, tolerar y aprender. Una vez más hablábamos de la corrupción y de lo que ella significa para nuestra sociedad.
Comprendo que escribiendo cada domingo (ya son unos cuantos años) repita e insista en algunos temas y pueda parecer incluso pesado. Lo digo porque, en esta oportunidad, también voy a hablar de la corrupción. Lo cierto es que si yo soy pesado, la corrupción es una carga insoportable incluso para las espaldas más fuertes. No hace mucho leí una carta del Papa a los Obispos latinoamericanos con motivo de una de sus Asambleas Generales. El Papa hablaba del “cáncer de la corrupción” y, una vez más, daba en la diana. Y es que este Papa, si lo escuchamos sin prejuicios y si aprendemos a relativizar nuestros intereses, a todos nos va marcando un camino discipular. Viendo, a lo largo de estos años, la realidad de la corrupción en nuestro Ecuador he aprendido a mirarlo con ojos de justicia y de misericordia. Hay que ser justos y hacer justicia, porque el cáncer no necesita contemplaciones, sino un afrontamiento claro y decidido. De lo contrario, se metastiza y acaba invadiéndolo todo: personas, negocios e instituciones. Todos sabemos que el mundo que nos toca vivir está plagado de injusticias, de dineros sucios y de manos asesinas. Por doquier vemos la fragilidad de una sociedad que se fragmenta cada día más, donde la impunidad de la corrupción (fuera y dentro de las prisiones) sigue cobrándose vidas y esperanzas. Y hay que ser misericordiosos, porque muchos de nuestros jóvenes (mulas, sicarios y demás) viven con el fango hasta el cuello: no han tenido en la vida otra oportunidad. No basta la represión, se necesita algo más: protección de la familia, educación, trabajo, oportunidades,…).
Aunque el tono parezca homilético, quisiera decirles a nuestros políticos: no tengan miedo de ensuciarse las manos a favor de nuestro pueblo, tan necesitado como está de rescatar la esperanza. No necesitan ser kamikazes o inmolarse públicamente, es suficiente cumplir con el propio deber. Pero si siguen tolerando que el cáncer se extienda y la impunidad reine, sólo serán políticos de bambalina.
No deseo yo descargar las responsabilidades sólo sobre políticos y administradores públicos. Sobre ellos recae una gran parte, pero la responsabilidad es de todos, porque la corrupción está en nuestra casa, en nuestros negocio, en el ejercicio de la profesión, en el corazón de cada cual. Buen médico no es sólo el que diagnostica bien, es, sobre todo, el que cura. Que cada uno haga lo que le toca.