El discurso político está construido con ilusiones, quimeras, sueños y magia; no de ahora, desde siempre. Desde que yo recuerdo, los políticos vienen ofreciendo acabar con todos los males. Nos ofrecieron acabar con la oligarquía, liquidar la corrupción, terminar con la partidocracia, eliminar a los pelucones. A cambio nos ofrecieron paradisíacos futuros con pan techo y empleo, justicia social con libertad, una patria nueva. Pero no paso a paso, gradualmente o con algún esfuerzo, no; tenía que ser “de un solo toque”.
Al cabo de décadas de este discurso hemos terminado como enemigos de la realidad. Cuando llega la hora de las verdades, la política se mueve en el espacio sideral o repta por los túneles del secreto. Contrataron deuda que debemos pagar nosotros, pero no preguntes cuánto es; el convenio tiene cláusulas de confidencialidad. Ya estamos acostumbrados a este modo de hacer política y, tal vez, ya no toleramos otro.
Nos dicen triunfantes que vamos a recibir otros USD 10 000 millones, pero no se molestan en comunicarnos cuánto vamos a pagar, de qué forma. Esas minucias quedan para la especulación, el chisme y la impertinencia de periodistas y analistas.
Los malos hábitos hacen costumbres. En la última reelección de Putin en Rusia le preguntaron a una anciana por quién iba a votar. Por Putin, contestó. Cuando el periodista insistió en el por qué, no sé, dijo, ya me he acostumbrado a que él esté ahí. Nosotros nos hemos acostumbrado también a que la política sea como es.
La Constitución garantiza el trabajo digno para todos, pero solo una tercera parte de los ecuatorianos en edad de trabajar tiene un empleo fijo. ¿Cómo podemos ayudar a los que no tienen trabajo? ¡Pregunta impertinente! En nuestro sistema, o tienes empleo pleno, con salario digno, con vacaciones, con utilidades, con seguridad social, con estabilidad; o estás en la informalidad y la marginación.
El discurso político no pertenece al mundo de lo real, se mueve en el ámbito de lo verosímil. Pareciera que el funcionario ideal es el que tiene “facilidad de palabra” o habilidad para dar explicaciones. Nadie se inmuta con las sospechas o los rumores.
La designación del Defensor Público llega a término después de exámenes, calificaciones, impugnaciones. Se anuncia los aspirantes con mejores calificaciones, luego se aplaza, se recalifica se aceptan nuevas impugnaciones y, finalmente, se declara desierto y se deja para que el nuevo Consejo, el que decían que no debe existir, resuelva el problema. ¿Serán las presiones más importantes que las calificaciones?
El discurso político nos trata a los ciudadanos como a niños si no como a rudos, haciéndonos ver que las explicaciones reales están fuera de nuestro alcance, que los problemas nos rebasan y que, por lo demás, todo está en manos de funcionarios efímeros que ya verán cómo nos resuelven. A esto nos hemos acostumbrado y decimos, mutatis mutandi, como Neruda: amo el amor de los marineros que besan y se van.