No solo es un tema de falta de emoción, sino de sentido histórico común. Somos una agrupación de extraños, enojados entre sí. Ni el excepcional ejemplo de Richard Carapaz levanta los ánimos de los ecuatorianos. Son tan fuertes los golpes que ha recibido este pueblo en medio de la pandemia que está aletargado. Se evaporan las emociones positivas, que canalizan la concentración de voluntades. El político que logre descongelar el témpano tendrá asegurado el triunfo electoral. Sin embargo, tal cual van las cosas, el ausentismo o el voto nulo diputarán el primer puesto en las próximas elecciones.
Fórmulas antiguas no funcionan en nuestra coyuntura. El nacionalismo siempre fue esa tecla que movió las fibras íntimas de millones en momentos complicados, aquí y en el mundo. Roosevelt, Stalin, Hitler, Perón, Velasco Ibarra, Roldós, lo usaron.
Ni la religión ni el futbol tienen la suficiente fuerza convocante. La selección nacional, cuyos éxitos a inicios de los 2000, insufló de coraje a un país que gritaba “si se puede”, en el momento de mayor desconsuelo e incertidumbre por la reciente bancarrota de la economía y del mayor éxodo de ecuatoriano en su historia, hoy no tiene un centímetro de influencia.
¿Qué y quién tiene fuerza convocante? Las llamadas a un desesperado “acuerdo” o “pacto” nacional, caen en el vacío, en un mar de indiferencia. “Pacto social”, palabras que contienen la mejor alternativa para salir de la grave situación, por ahora no dicen ni significan nada. Las devaluó el gobierno con sus inconsistencias y políticas sesgadas. Pero también las deterioraron los grandes empresarios, sus políticos, medios y economistas que en los peores momentos aprovecharon de la pandemia para imponer unilateralmente su agenda. Las dejaron inválidas todas las élites, de derechas e izquierdas, muchas organizaciones sociales, que no impulsaron el acuerdo a su momento.
Si la emoción, que debería expresarse en esperanza y ganas de salir adelante, no tiene como fuente inspiradora la palabra unidad y acuerdo, dará paso a la pasión irracional, al desate de la bronca contenida. En ese ambiente la candidatura de las derechas tiene todas las de perder, tanto más que su representante, debido a su ligazón con gran parte de las decisiones de este Gobierno, aparecerá como la candidatura oficial, responsable de todos los males.
El populismo correísta experto en fracturar intentará crecer en el campo abonado por los desmedidos “ajustes” gubernamentales. Sin embargo, el centro y las izquierdas disputarán el amplio electorado de los inconformes. Su reto es encontrar y tocar la fibra que desate la emoción positiva, la unidad, la luz de esperanza en una sociedad sin credibilidad en sus líderes, desanimada y con ira contenida, pero ansiosa de honestidad, trabajo, estabilidad y horizonte. El tema no solo es ganar las elecciones sino dar sentido y emoción al país.