Eliodoro

Corrían los setenta del siglo XX y en algunos de nuestros países imperaban dictaduras inscritas en la doctrina McNamara que fijó la más codiciosa reestructuración de FF.AA. en América Latina. Banzer en Bolivia había articulado una intensa cacería de políticos opuestos al régimen, lo que llevó a Eliodoro Aillón (Sucre-Bolivia, 1930-1992) a refugiarse en Ecuador.

Mediana estatura, llevaba su frente como una bandera perdida y en sus ojos centelleaba una luz que nada pudo extinguir. Eliodoro Aillón, poeta, sociólogo, jurista, periodista, defensor de los derechos humanos, utopista empedernido; perteneció a esa “eterna izquierda que nunca llegará al poder, porque este lo corrompe todo”, que proclamara Alain. Su elocuencia consistía en hablar o escribir de asuntos sencillos con profundidad, de cuestiones graves con dignidad y de temas moderados con templanza.

“Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano”. Y amigo en lo más hondo de esta palabra fue Eliodoro. ¿Qué inescrutables estatutos estuvieron escritos y dónde para que fundáramos nuestra amistad? Negación del tiempo. El yo no se salva porque no existe sino imbricado a otra memoria. Tiempo y presente sin tiempo son rasgos fluidos que solo van, no retornan. Los instantes estelares de nuestras vidas quedan grabados a fuego en lo más íntimo de nuestra sangre.

Vivió y murió “pidiendo la palabra” para su pueblo: “Ciudadanos del mundo,/ en nombre de mi patria, pido la palabra”. En su morada de Sucre había comenzado su patria: “…allí todos gritaban en las noches cuando el puño del alcohol,/ caía sobre el rostro de mi madre, recuerdo la sangre y los nervios,/ los nervios en angustia de alambres aprensados”.

Eliodoro llegó por algún conjuro a Quito. En nuestras reuniones solía preguntarse por qué había llegado derecho a nuestra ciudad. “El Khari Khari, chanceaba, ese demonio andino disfrazado de monje que asalta a los caminantes, me premió, por ser el único que pudo embaucarle”. Su poema “Pido la palabra” devino himno y plegaria de su pueblo y sigue de boca en boca entre mujeres y hombres de todas las edades y condiciones. Iba y venía Eliodoro del viejo aeropuerto, donde cumplía su trabajo de cronista de viajeros, hasta el corazón de Quito donde funcionaba Diario EL COMERCIO, sin mostrar fatiga y su inextinguible sonrisa prendida. Apreciando sus valores, directivos del diario lo nombraron más tarde, Editor de Cultura, Economía y Desarrollo Social. Nunca lo vi rendirse, ejemplo militante de la libertad. En la memoria del corazón su compañía en los duelos de nuestros seres queridos; el rasgueo desmañado de su guitarra y su voz ronca entonando sus huainos preferidos.

“Yo vi a mi patria en todos sus confines,/ la sentí como un garfio clavado en mitad de mi angustia,/ la llevé como túnica de yeso por todos los caminos”.

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