¡Cómos!

Más voces concuerdan que la única salida del Ecuador es un gran acuerdo. Al fin, esta puerta, impulsada por la sociedad civil hace ya 4 años, se impone en el mundo de la lógica. Sin embargo, en el terreno de la política, está desgastada, bloqueando al país.

En efecto, en el camino, las palabras “acuerdo” y “pacto”, se fueron devaluando. Las múltiples mesas, diálogos, agendas temáticas, al no lograr concreciones en las políticas públicas, se desvanecen. La incredulidad creció cuando la iniciativa del “Acuerdo Nacional”, pasó a manos del Gobierno, quien no entendió la profundidad de la propuesta y la quiso transformar en una palanca para re colocar su menguado prestigio político.

Pero no solo fue el oportunismo, sino la prepotencia y la torpeza de los operadores políticos y económicos que condujeron a que, un Gobierno que impulsaba un acuerdo nacional, unilateralmente, sin ninguna conversa, decida imponer un paquete traumático de medidas, provocando el incendio del país.

Y luego, sin ninguna autocrítica y consciencia del hecho de octubre, finalmente las impuso, sin consenso alguno, aprovechando, de la inmovilidad social, debido a la pandemia.

Así el Gobierno bombardeó la palabra acuerdo. Cada cual en el más absoluto individualismo lucha por su supervivencia. Sensación de orfandad y desconfianza. Crisis de destino, personal y colectiva. Bronca contenida.

La última convocatoria a la unidad nacional, la hizo el presidente Sixto Durán Ballén en 1995, en la marco de la guerra del Cenepa contra el Perú. La respuesta fue contundente, unánime, emotiva. Los resortes del nacionalismo activan fibras psicológicas y colectivas de una identidad nacional que fue alimentada por décadas.

Desde 1998, luego de la firma de la paz, desactivado el nacionalismo, el Ecuador navega en un mar de incertidumbre. Sin proyecto nacional estratégico consensuado, reverdecen los regionalismos y federalismos. Sin interculturalidad, los pueblos y nacionalidades no tienen conexiones respetuosas con otros sectores. El racismo se expande. El etnicismo se radicaliza hacia posturas esencialistas. La intolerancia y la violencia toman cuerpo. Las librerías comienzan a ser acosadas. Los partidos no representan a nadie, y el crimen organizado avanza en el control de aparato gubernamental. La corrupción se expande. El Estado engordado irresponsablemente, con igual irresponsabilidad es mochado sin criterio.

¡Basta! No hay que dejar que el país se hunda más. Muchos sabemos cuál es la puerta, pero no la queremos cruzar por falta de confianza, certezas y liderazgo. Hay que reconstruir la confianza a través de la recuperación del sentimiento de comunidad, de que podemos juntos salir adelante. Hay que visibilizar la energía de la unidad presentando soluciones, cómos, prioridades desde el bien común. El dirigente que lea y traduzca esta realidad, desbloqueará al Ecuador.

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