Empieza este 2021 lleno de espectros, incertidumbres y temores tal como acabó el 2020, pero renace también la esperanza de que no se repita un año como el que acaba de pasar la humanidad. Empieza también un período crítico para el Ecuador, que entra en campaña para las elecciones presidenciales y legislativas.
El curso normal de la historia política reciente de este país, siempre refiriéndonos a los períodos democráticos, ha estado marcado por la participación electoral de varios candidatos de relleno frente a populistas de diversas tendencias ideológicas, por un lado; y, por otro, una o dos opciones serias, también de distinta orientación política, con más o menos oportunidades según los tiempos, el vaivén de los péndulos y las circunstancias.
Las elecciones que se avecinan, como casi todas, no serán la excepción. Contaremos, por desgracia y por los vicios del propio sistema, con una docena de candidaturas de pura figuración entre las que hay unos cuantos personajes que ya están modificando sus hojas de vida y cambiando las fotografías de sus perfiles sociales para cumplir esa misión trascendental de amarse y contemplarse a sí mismos en el espejo.
Por otro lado, entre los que verdaderamente tienen opciones de llegar a la Presidencia, que según las encuestas son tres, salvo alguna sorpresa de último momento o una nueva decisión o fallo contradictorio de las autoridades electorales, la disputa se centrará en alcanzar la segunda vuelta electoral, ya que a la luz de sus números actuales y de la proliferación de candidatos, ninguno de los aspirantes se acercaría al porcentaje mínimo para ser elegido en primera vuelta.
De todos modos, el dilema de esta votación, ya sea en primera o en segunda vuelta, será decisivo para el futuro del Ecuador como nunca antes en su historia republicana, pues aunque se trate de una directa de gobernantes y legisladores, como corresponde en una democracia, al parecer todo indica que al menos una candidatura no estará necesariamente alineada con el estado de derecho y la separación de poderes, y según ha declarado, llegaría al gobierno para quedarse al menos durante cincuenta años, al más puro estilo de sus referentes políticos: Castro, Chávez, Maduro y algún otro de menor importancia. Por supuesto, sus intenciones serán apropiarse de todos los poderes lo antes posible y por cualquier vía, para así servir a los intereses de sus coidearios prófugos y sentenciados por cualquier vía non sancta como el indulto, la nulidad, el carajazo o la amenaza que les garantice perdón y olvido de sus causas y penas, es decir, la anhelada impunidad.
Sí, este año más que nunca, el Ecuador elegirá entre la democracia, ciertamente imperfecta y magullada pero democracia al fin aunque hoy esté en vilo, o la sombra siniestra de una dictadura similar a la de Cuba o Venezuela, esas naciones en las que solo quedan los tiranos y sus acólitos en impunidad, y los más pobres que aún no han logrado huir del infierno.