La crisis de salud pública por el coronavirus nos ha puesto en evidencia nuevamente, en momentos difíciles somos mucho más parecidos al ser humano retratado por Hobbes en el estado de la naturaleza, en donde la rapacidad, egoísmo y disposición a dominar prima. Mercados llenos de personas vaciando las perchas, acaparando los productos más allá de sus necesidades, sin importarles los demás, desoyendo las recomendaciones para evitar la propagación de la enfermedad, pensando solo en ellos, situándose por encima y al margen de los intereses comunes. Es claro, todos y cada uno de nosotros somos importantes, fines en sí mismo, parafraseando a Kant, pero vivimos con otros y dependemos de los demás y los demás dependen de nosotros, muchas veces, para alcanzar nuestros fines.
Esta sensación de que no aceptamos límites se había instalado también al mirar algunas imágenes, de la marcha del 8 de marzo, en las que un grupo de jóvenes pintaban paredes del centro histórico con mensajes alusivos a la violencia de género y la discriminación contra la mujer; pero hoy, pese a que me sigue pareciendo reprochable la destrucción de bienes por feos grafitis, a medida que pasaban los días creció mi simpatía con esos jóvenes por su búsqueda de expresar la indignación por la inacción, la naturalización de la violencia y la campaña, cada vez más virulenta, de los grupos reaccionarios y conservadores de la sociedad en contra de las reivindicaciones del movimiento feminista usando esas pintadas para descalificar una causa justa.
Los números retratan la violencia, la discriminación y la exclusión son duros y pese a ellos sigue existiendo una suerte de inercia social frente a esta dolorosa situación, por ello hay que asumir que al pintar esas paredes demostraban su ira y frustración frente a un estado de cosas que debe cambiar.
Amartya Sen dice que la ira e indignación ayudan a enfrentar las injusticias, pero para lograr superarlas se requiere de la razón, entender cada uno de los porqués del enojo y recuerda a Mary Wollstonecraft, escritora y filosofa inglesa pionera del feminismo, que expresaba su rebeldía y rabia por la situación de las mujeres encerradas en sus hogares: “No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”, pero luego, a partir de su ira, en base a la razón explicaba la injusta situación.
Muchas cosas han cambiado, pero la búsqueda para que las mujeres tengan poder sobre sí mismas no ha terminado, perviven tantas injusticias que la ira por una situación injusta es entendible. No me gustan las paredes garabateadas, pero menos me gusta la violencia, la discriminación y la exclusión en que viven millones y por eso expresar ese descontento se debe transformar en acciones concretas; pero me queda claro que las razones por las que nos indignamos (unas paredes pintadas y no la violencia) o como reaccionamos frente a la crisis de salud nos pone en evidencia a nosotros y nuestras prioridades.