Agustín

Agustín García Banderas habría cumplido 82 de edad ayer 16 de agosto entre rosas blancas y amigos a la mesa; pero este 4 de marzo, la Muerte, con un manojo de violetas negras, llamó a la puerta de la casa en las faldas del Pichincha cinco días antes de que la pandemia apagara las luces del puerto en Guayaquil. Con Agustín murió la Dignidad y su familia la está velando.

La dignidad de Agustín le venía de sus padres riobambeños. Tierra de montañas altas y limpias. Beatriz Banderas Salem era un amanecer; Aurelio García Gallegos, un filósofo de la Ciencia del Estado. Agustín dio gusto a Beatriz que lo quería médico y no defraudó al padre que lo veía filósofo.

En la cuarta edición de la Ciencia del Estado, Aurelio dedica la obra: “A la memoria inolvidable de Beatriz. A mis nietos Agustín Alberto, María Belén, Carolina Alexandra y Gustavo Javier”. Nuestro Agustín casó con Myriam Paz Zurita, hija de un miembro de la Corte cuando esta era de verdad Suprema. Myriam me decía “Doctor Simoncito en 50 años de matrimonio “No hubo entre nosotros ni un sí ni un no.” Su hijo, Agustín Alberto cuidó a sus padres con amor práctico y cero ostentaciones cuando a comienzos de marzo de 2019 el padre luchaba con la muerte por más aire, y a la vez, la madre era operada de corazón abierto. María Belén, la hija, auditora de una gran fábrica de plásticos en Milán, vino a acompañarlos. Acabado el permiso, regresó desolada a Lombardía, la de la descolorida Última Cena de Leonardo. Ambos ancianos volvieron a la vida, maltrecho él; ella más pausada y no se separó de Agustín sino para misa e ir al Banco.

“Viejos amigos, viejos amigos sentados en una banca del parque sosteniéndose juntos por no caer. Un periódico aventado por el viento desde el césped, cae sobre los zapatos de la pareja .Compañeros de invierno, el par de ancianos. Perdidos en sus abrigos, esperando que salga el sol. Los sonidos de la ciudad se filtran a través de los árboles y se asientan como polvo sobre los hombros de los dos. ¿Puedes imaginarte, pasados muchos años, compartiendo en silencio una banca del parque? ¡Que terrible y extraño llegar a los setenta! Viejos amigos, compañeros de invierno, compartiendo en silencio memorias, recuerdos y los mismos miedos. ¿Qué hora era, qué hora? Un tiempo de inocencia. Un tiempo de confidencias. Tenemos una fotografía. Todo esto nos dejaron. (Letra de la canción “Old Friends, Winter Companions” de Simon and Garfunkel, traducción libre. Oír la canción en You Tube: Simon and Garfunkel, Winter Companions).

Agustín, escribiré tres veces más sobre lo que fuiste. Te gustaba el dulce de babaco. Amabas el toreo de salón, escribías versos sobre la angustia entre tu razón y tu fe, cantabas y tenías claros los límites éticos. Déjame, ahora, exaltar tu Dignidad, de cabeza, de corazón, de ropa limpia siempre planchada. En estos tiempos que nos avergüenzan tu recuerdo nos alienta. ¡No nos vencerán!

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