Muchas cosas podemos decir de un hombre bueno que acaba de partir. Que fue un sacerdote dedicado a los pobres, que siguió la senda del Obispo Leonidas Proaño en su dedicación a los indígenas, que fue defensor inclaudicable de principios de solidaridad, tanto en Latacunga, en donde ejerció el Obispado por 21 años, como en Portoviejo, en donde convirtió al Arzobispado en centro de ayuda a los más pobres y jóvenes con la creación de centros artesanales y dispensarios médicos, además de programas de saneamiento ambiental y la creación de Radio Católica de Manabí y del Seminario de San Pedro. Como Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, que ejerció por nueve años, mantuvo siempre la ecuanimidad y objetividad en sus juicios y acciones. Enérgico para censurar los abusos del poder y para defender principios y exigir rectificaciones, sensato para encontrar soluciones. Columnista de diario El Universo, fijaba posiciones sin eludir temas complejos y controvertidos. En radio Latacunga, cuya creación impulsó hace 39 años para promover la evangelización, promoción humana, educación y organización del sector indígena, mantuvo hasta pocos días antes de su fallecimiento un espacio de opinión sobre temas de interés local, nacional y mundial.
Gestionó con la Iglesia alemana fondos que con programas de reconversión de deuda sirvieron para solucionar problemas de tierras para los indígenas, especialmente en Cotopaxi y Chimborazo. Durante la movilización indígena de 1990 jugó un papel fundamental que evitó excesos que generalmente devienen en abusos. Intervino personalmente en el rescate de oficiales militares que habían sido retenidos en Chimborazo, evitando consecuencias mayores. ¡Qué falta hizo en el Ecuador su presencia en octubre del año pasado!
Cuando el Presidente Borja planteó al Perú el Arbitraje Papal para resolver el problema limítrofe con el Perú, concurrí al Vaticano con Monseñor Juan Larrea para transmitir al Papa Juan Pablo II los antecedentes y objeto del pedido de su intervención. Cuando Juan Larrea regresó al Ecuador porque le indicaron que no era posible reunirse con el Papa, llamé a Monseñor Ruiz al Ecuador: movió cielo y tierra y consiguió la entrevista, que fue fundamental en los empeños diplomáticos que no prosperaron por la inveterada actitud ecuatoriana de siempre dejar de lado lo que hace el gobierno anterior. También sufrió injusticias, cuando intolerantes gestionaron evitar que Portoviejo sea Arzobispado y torpedearon su nombramiento como Cardenal.
No pretende este artículo un inventario de la labor de Monseñor José Mario Ruiz en sus largos años de apostolado. No sería posible tampoco por la limitación de espacio. Es solamente el testimonio de un amigo que se preció de su amistad, que fue testigo de su inteligente disposición de ayuda en la solución de problemas, que dedicó su vida a los pobres y a los indígenas.