Inconsistencia de ánimo y ligereza… levedad. En 1984, Milan Kundera publica su novela filosófica La Insoportable Levedad del Ser: “lo que solo ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Si el hombre solo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto”. Pone así en entredicho no solo el “peso” del tiempo, sino la pueril indolencia del ser humano frente a lo que estalla a su rededor. Este “grito” es su interpretación de la fantasía nietzscheana del “eterno retorno”, que lo concibe como sombra, la cual sin perjuicio de que haya sido espantosa o bella nada significa.
La obra “crece” en torno a la tóxica relación de Teresa y Tomás, y de éste con sus amantes. Acá reside la base de la levedad “filosófica” de Tomás, traducida en la trivialidad que pretende fusionar en uno el amor y la sexualidad. Teresa cede ante la evidencia de que existe una parcelación entre cuerpo y alma, entre tedio como pesadez y levedad como angustia.
Al margen de la proyección afectiva expuesta, la teoría de Kundera simboliza la carga pesada que nos destroza. Sin embargo, “cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire”.
La metafísica implícita nos lleva a algunas consideraciones respecto de lo que es la vida cuando el hombre opta por una “existencia sin compromisos”. El mundo actual, conceptuado por la filosofía, por la sociología y también por la política como “posmoderno”, es uno que busca convertir al ser humano en algo amorfo. En una persona solo ligada consigo misma, para quien la coherencia se da en exclusiva con el ego. El adeudo con la sociedad se lo mide en términos materialistas, para los cuales la moral es “de ahora” sin arrastre al futuro. Moral y ética que no se refrenda, que solo vive una vez, y que en consecuencia al no repetirse es el vacío de la sombra kundereana, la cual recoge al ser humano en levedad sin destino.
Adopta al individuo como objeto de intercambio comercial, como sustancia económica inmediatista, como llamado al repartimiento de riqueza. El trabajo ya no es ni labor intelectual, ni esfuerzo que dignifica. Ha pasado a transmutar en el “hoy” como medio de subsistencia sin mañana, que si bien se repite día a día lo hace – paradójicamente – sin alba, por lo que al no tener “peso de tiempo” solo levita. Inclusive el quehacer académico está destinado a convencernos de que pasar a formar parte de una cultura globalizada es lo conveniente, sin considerar que globalización sin ánima es sombra, es nada.
Cerremos citando al músico granadino J. I. Lapido: “Te dejarán que grites para que pierdas la voz/que pidas imposibles y que recojas las migajas/te harán creer que así es la vida/no digas, no digas que no te avisé”. Punto.