Después de que la Corte Nacional de Justicia declarara culpable de abuso sexual al exdefensor del pueblo, Freddy Carrión, su víctima, Gabriela Peñaherrera, concedió una entrevista a María Sol Borja, transmitida en el portal GK la tarde del 20 de octubre. “El día de hoy salgo de esta jaula de silencio”, dijo. Su testimonio es una evidencia, otra más, de una sociedad que ha normalizado hasta el tuétano la violencia basada en género. Esa que, reiteramos, ataca a por lo menos seis de cada diez mujeres en el Ecuador. Y de esas, al menos cuatro son sobrevivientes de agresiones sexuales. Gabriela es una de ellas y su victimario era el titular de la institución que “protege y defiende las violaciones de derechos humanos que sufran los ecuatorianos”. La paradoja es trágica.
En mayo pasado, Carrión, entonces defensor del Pueblo, asistió a una reunión en casa de Gabriela y su pareja. Después de unos tragos, su novio se fue al baño, ella a la cocina y el abusador la siguió y la atacó. Ahí: una mujer indefensa en su casa. Indefensa ante el Defensor.
Carrión fue nombrado Defensor por el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS), en abril de 2019. Obtuvo el cargo a pesar de que dos años antes, en 2017, se abrió un proceso en su contra por violencia basada en género. Alertas. Alarmas que se ignoraron.
Las palabras de Gabriela son clave: “No hubo nada que me lleve a pensar que él podría ser un abusador. Un abusador se disfraza. Un abusador es un manipulador emocional. Tú no reconoces en la calle a un abusador. A un abusador, a un violentador de mujeres tú lo puedes ver bien vestido, revestido incluso de una magistratura ética como fue en este caso, pero son personas que pueden manipular al resto para ocultar sus aberraciones”.
Lo que ella vivió esa noche de mayo es otro retrato de la indefensión a la que se está expuesta. Presión por la viralización de las imágenes, juicios en redes sociales que la responsabilizaban de lo sucedido por estar “chupando” con dos hombres y una revictimización ante el sistema judicial: detallar una y otra vez frente a distintos funcionarios que fue ultrajada. El país no tiene protocolos para atender a las víctimas y si existen, es claro que se irrespetan.
Gabriela sabe que su caso puede ser una excepción. Son muchísimas las historias de impunidad. Pero las estadísticas son números fríos y por eso su mensaje estremece cuando insiste en que ella no es un papel, que tiene un nombre y una voz. Cuando se reconoce como sobreviviente, dimensiona las secuelas que esto dejó en su vida, incluidas las ganas de no vivir. De hecho, en su búsqueda de justicia ha conocido víctimas, sin contención, que todavía esperan una respuesta del Estado.
Hay una primera sentencia en contra de Carrión, pero la reparación no se limita a esa actuación del tribunal. Reparar en derechos humanos incluye generar memoria y garantizar no repetición. En un país con una institucionalidadque se pudre, ¿quién podrá defendernos?