Ésta es la tercera y última entrega de la serie “Historia”. En las anteriores expusimos una visión “tradicional”, si se desea “clásica”, de aproximación al estudio que nos ocupa. A principio de la década de los setenta del siglo pasado se inicia un proceso de redefinición en la materia, que toma fuerza en los años noventa cuando se presenta un “giro historiográfico” frente a tendencias estructuralistas, positivistas e idealistas. Coincide, sin ser de orden exclusivo, con los cambios socio-políticos y consecuentes que trajo consigo el derrumbe de los regímenes comunistas en Europa del este.
En conversaciones que mantuviéramos con una historiadora ecuatoriana, nos transmitía que la “racionalidad moderna, finalista, teleológica, causalista, lineal, evolucionista fue un mito creado por la Ilustración”. Ahora la historia no aspira a explicaciones totalizantes ni esencialistas, nutriéndose de varias perspectivas que han generado campos de especialización diversificados: social, cultural, de género, intelectual, que abordan la relación entre memoria e historia.
P. Joyce, historiador social británico, habla de un “giro material”, significando la necesidad de ampliar la investigación histórica “como nexo entre lo humano y lo no humano, y del papel de la cultura material en la configuración de las prácticas y relaciones humanas”.
Lo determinante y relevante está en partir de la dimensión social de la acción humana.
Remitámonos a P. Burke, Formas de Hacer Historia (Ed. Alianza Universidad, 1996). Cita a J. Seeley: “la historia es la política del pasado; la política es la historia del presente”. Para nosotros, esta visión obliga a reconocer al hombre como sujeto político –en su trascendencia pública– en la cual el “discurso” a título de “diálogo” permite determinar su rol social y comprender la historia más allá de la narrativa.
Es indispensable comparecer en las estructuras, que habilitan emparejar las mutaciones económicas y sociales, así como los cambios geohistóricos. Para el autor analizando, lo procedente no es despachar documentos de archivo pero complementarlos con otras fuentes que aboguen por la incidencia que tuvo o pudo tener su contenido. Para que la historia no sea sesgada, el historiador según Burke, está llamado a abandonar prejuicios, por ejemplo de color, credo, clase o sexo… por más quimérico que ello pueda resultar.
En esta concepción de la historia, tampoco podemos dejar de citar al francés M. Foucault, para quien el hombre como “sujeto de la historia” no es el reflejo de una subjetividad antropológica, sino la génesis de prácticas sociales y discursos que dan lugar a distintas formas de subjetividad. En función de ello, podemos “objetivar” al hombre, definir sus técnicas de poder e identificar el modelaje de sus propias vidas. Así queda concebido un acercamiento histórico cabal.