Retornar a las columnas de EL COMERCIO después de algún tiempo, me ha hecho reflexionar sobre los cambios que ha atravesado la humanidad, que la era que por alguna razón añoramos, ya no es, ni será igual; no puede serla. La sociedad internacional ha sido testigo de una falta de sindéresis ética y ha palpado las desigualdades entre y dentro de los países. La diplomacia de las vacunas esta reconfigurando el espectro global, con una nueva moneda de cambio. Los ahora más poderosos oferentes compiten por mayor influencia geopolítica, aprovechando la gran cantidad de demandantes, que aun tienen colapsados a sus sistemas sanitarios. Hoy son vacunas, que no sabemos cuánto tiempo nos protejan, mañana serán los medicamentos paliativos para enfrentar las mutaciones u otras variables.
Para muchos pensadores es época de reinventarse, de reiniciar y avanzar sin dejar a nadie atrás. Los utópicos siempre buscan el deber ser antes que la cruda realidad a la que asistimos. Ese realismo que demuestra lo inamovible de intereses seculares, geoestratégicos, comerciales, aunque de vidas humanas se trate. La rivalidad geopolítica de las potencias mayores e intermedias marcan un escenario que en mucho definirá el fin de un multilateralismo caduco o el renacer de un multilateralismo solidario, para enfrentar estos nuevos retos. La comunidad internacional, los estados-nación no estuvieron preparados y murieron millones de personas.
Esta prueba ha puesto de rodillas a los sistemas de salud más sofisticados y los gobiernos abrumados han optado por la mascarilla, el distanciamiento y los confinamientos. Los mismos mecanismos elementales de pandemias anteriores. Para mi sorpresa, estas medidas las continúan aplicando en países con altos números de vacunados.
Por otro lado, viendo el desastre de la pandemia desatarse en todo el mundo, no logro comprender ese deseo casi suicida de romper las medidas cautelares que salvan vidas y lanzarse al abismo por una farra. Disonancia cognitiva dirá usted, yo le tipificaría por un instinto de ruleta rusa, yo muero o el de mi lado. No importa. Esto dice mucho de la sociedad que hemos formado, de nuestros hijos y nietos. Esto dice mucho del desprecio a la autoridad y las instituciones.
He sido recientemente hospitalizado (no por covid-19, gracias a Dios), y soy testigo de la dedicación, profesionalismo con la que estos apóstoles de la caridad humana atienden a los pacientes. Cuando se habla de los que están en “primera línea” no hay que olvidar que son mujeres y hombres, con familias que luchan por salvar vidas. ¡Rindo tributo a todos ellos! Su devoción y mística me devuelven la esperanza de un mejor mañana y un mundo más solidario.