Francisco Rosales Ramos
El deterioro de Quito
La ciudadano está lejos de llegar al caos que sufrió Guayaquil en las alcaldías de los Bucaram. Es penoso constatarlo y decirlo, pero desconociéndolo, no se resuelven los problemas. Al contrario, se agravan.
El terrible deterioro de Quito no empezó en la actual administración, ni se arregla con la destitución del alcalde Yunda. Él porta grillete por orden de los jueces -lo cual ya es una afrenta para los quiteños- pero será el Concejo y la justicia los que resolverán lo procedente de acuerdo con la ley.
Los problemas de la capital van desde la increíble incapacidad para resolver oportunamente lo necesario para que cuanto antes el Metro inicie operaciones en forma segura y técnica, se beneficien los habitantes de la ciudad y la obra más importante y ya terminada no se convierta en un enorme y costosísimo elefante blanco. Pasa por el desastroso estado de calles y avenidas, las ventas ambulantes creciendo como hongos, basura desperdigada y no recogida oportunamente, grave afectación al medio ambiente por los lixiviados en la acumulación de desperdicios, el tráfico caótico, inundado de motocicletas que no respetan ninguna norma legal y que circulan en medio de vericuetos entre vehículos y peatones. Una enorme burocracia que sigue creciendo por compromisos políticos. Los directivos de varias empresas municipales que se cambian atropelladamente porque desconocen el respectivo campo de acción, o no se acomodan a los intereses protervos de sus superiores. Un concejo municipal en el que predominan los amarres políticos y no el servicio a la ciudad. Presuntos sobrecostos en obras y contratos. La recolección de basura, por ejemplo, tiene costos por tonelada que son más del 50% mayores a los que registra Guayaquil. El soterramiento de cables emprendido por la Empresa Eléctrica, una obra positiva, desespera por su lentitud y ha producido en los barrios en los que se ejecuta la destrucción de calles y aceras que no se terminan de arreglar. El contratista no tiene el mínimo respeto a los vecinos. Y a todo lo anterior deben agregarse muy graves indicios de corrupción en los más altos niveles, que han desembocado en un burgomaestre engrilletado dedicado a defenderse en los juicios como gato panza arriba, y se han revelado diálogos inaceptables de su hijo con funcionarios y contratistas municipales. En fin, el desconcierto y la sospecha en toda la administración municipal.
Esta debacle, que debe corregirse con urgencia para detener la caída libre de la ciudad, requiere, a su vez, que los quiteños recobren su histórica valentía y nobleza y su interés por el destino de la capital. Los exalcaldes bien podrían liderar un movimiento cívico en este sentido. Las restricciones de la pandemia dificultan estas tareas, pero no las vuelven imposibles. He ahí el desafío.