La mayoría de los ecuatorianos vive ajustadamente, pero no pierde el espíritu solidario que induce a pensar en los demás, especialmente en los que no tienen asegurado ni el alimento del día. Eso, probablemente, hace más llevadera su penuria de los ciudadanos y les permite creer que, como ellos ayudan, alguien les asistiría en caso de extrema desgracia. Este talante generoso, contrasta con el egoísmo criminal de la corrupción que acumula dinero sin medida.
La corrupción en Petroecuador es indignante; una banda de malhechores se repartió millones de dólares, producto de coimas, mientras tantos ciudadanos no pueden asegurar el pan del día. Ni administradores ni autoridades de control han visto o han querido ver las fechorías de los ladrones que cobraban sueldo para dedicarse a robar. El Departamento de Justicia de los Estados Unidos capturó a uno de los malandrines y entregó al Estado ecuatoriano la información del saqueo sistemático de los recursos públicos. Ahora corresponde que Petroecuador nos diga “quiénes son los funcionarios corruptos, cuántas coimas recibieron, qué contratos adolecen de vicios y tratar de recuperar esos dineros, que tanto se los requiere para cubrir las necesidades del país”, como le ha pedido el ministro René Ortiz al gerente de la empresa pública.
Los casos se repiten en Petroecuador. La compañía Vitol confesó a autoridades de Estados Unidos que había sobornado a funcionarios de petroleras en Brasil, Ecuador y México.
En otro juzgado de Estados Unidos, Raymond Kohut de la empresa Gunvor, confesó que él y sus jefes pagaron 22 millones en sobornos a funcionarios de Petroecuador.
El expresidente de Seguros Sucre fue sentenciado a más de cuatro años de prisión en La Florida por lavado de activos. El dinero fue robado en Ecuador.
Ya está claro, la prioridad es limpiar la administración, identificar a los ladrones, recuperar el dinero robado. ¡Es la corrupción, señor presidente electo! Es la corrupción la causa de que nos falten recursos, la culpable de la erosión de los valores, la que justifica el rechazo popular a los gobiernos que dejan robar.
La ciudad de Quito está paralizada, mientras el Concejo Municipal sesiona en mercados con el acusado, el alcalde, aparentando neutralidad y dirigiendo la sesión de análisis de su propio caso, en lugar de pedir licencia para ocuparse de su defensa poniendo los intereses de la ciudad por encima de los suyos. No se trata de imponer el castigo antes del proceso exigiendo la renuncia, pero tampoco es correcto que se utilice la presunción de inocencia como escudo ni como mecanismo de impunidad.
El combate a la corrupción exige políticas más drásticas, resultados tangibles, movilización ciudadana. Si no logramos amedrentar a los corruptos, ellos se volverán cada día más audaces, se burlarán de nosotros y terminarán por asustarnos y someternos.