Acabo de escuchar que la clase media (CM) de América del Sur se está reduciendo otra vez; es decir, que millones de personas están volviendo rápidamente a la pobreza. Parece una maldición. Una vieja maldición que no se la puede achacar tan solo a la pandemia. Digo esto porque hace 20 años, luego de un viaje a la Argentina, escribí un artículo sobre el mismo tema pues me contaron que, a la entrada de un barrio pobre de Buenos Aires, alguien había pintado un grafiti que decía: “Bienvenida, clase media”.
Sucedía que Argentina, igual que ahora, estaba hundida en una aguda crisis, algo tan “normal” y periódico que los técnicos internacionales, cuando hablan de modelos económicos, añaden como en un aparte “el caso argentino”. Enigma que miles de libros, artículos y ensayos intentan explicar de muchas maneras, diversas y contradictorias, pero que un economista brillante redujo a otra frase lapidaria: “Gastamos más de lo que ganamos”.
Esa es la verdad de la milanesa, como dicen ellos; lo otro, el cómo o por qué malgastan, viene después: por corrupción, despilfarro, ineficiencia, medidas populistas, aumento de la burocracia pipona, etc. Lo patético es que este tango se repite una y otra vez y nadie aprende nada: quiebra, auge materias primas, quiebra…
No hace mucho que todos andaban encandilados con el espectacular crecimiento de la clase media en América del Sur, y los gobiernos populistas de izquierda se atribuían el milagro. Acá, con el título de ‘¡Arriba la clase media!’, un entusiasta reportaje de Vistazo, de mayo del 2013, destacaba que en los últimos diez años la CM ecuatoriana había pasado del 14 al 35 por ciento, “superando el promedio de Latinoamérica”. Aunque, siguiendo al Banco Mundial, aclaraban que quienes salen de la pobreza pasan al estrato de “los vulnerables” (los que más rápidamente serán afectados por la crisis). Y añadían que gran parte de la CM vive gracias a la inversión pública.
El actual ministro Simón Cueva comentó entonces el mismo informe, pero señaló que los logros podían revertirse. En cualquier caso, era evidente que, en Ecuador, esa expansión provenía básicamente de los ingresos petroleros que alimentaban un consumismo desaforado, no el desarrollo de la estructura productiva. Cuando cayeron los precios se acabó el milagro y aumentó el endeudamiento salvaje. Ahora, un nuevo reportaje bien podría llamarse: ‘Abajo la clase media’.
Lo patético es que ya nos habíamos farreado, en los años 70, el primer boom petrolero, que también amplió a la CM, encabezada por esa flamante tecnocracia, quiteña sobretodo, que halló su mejor expresión política en la ID. Pero cuando llegó el segundo boom, en lugar de llamar a la sensatez, políticos color naranja, tecnócratas y académicos se entregaron felices de la vida a la fanfarria verde-flex y pasó lo que tenía que pasar.