Un precioso cuento, cruento como muchos de ellos, nos ha dejado Clarice Lispector sobre las empleadas domésticas. “La criada”, fue escrito por los años 70 quizás. Se trata de Eremita una joven de “vaga presencia” que tenía sus ausencias: “El rostro se perdía en una tristeza impersonal y sin arrugas. Una tristeza más antigua que su espíritu…Porque ella se entregaba a alguna cosa, la misteriosa niña”.
Y cuando volvía, cuenta la Clarice, “volvía…más segura después de haber bebido de no se sabe de qué fuente. Lo que se sabe es que la fuente debía ser antigua y pura”. “Así cuando emergía –prosigue- era una criada. A la que constantemente llamaban de la oscuridad de su atajo para cumplir funciones menores, para lavar ropa, secar el piso, servir a unos y otros”.
¿Quién era este ser que entonces venía de la selva brasileña quizás? ¿Quiénes son los cientos de criadas/empleadas domésticas que del altiplano boliviano sirven en casas santiaguinas; de la tropical Nicaragua, en casas ticas; del Ecuador profundo en pisos madrileños?
Deambulan casi siempre silenciosas cumpliendo tareas que otros no son capaces de cumplir. Frecuentemente oiremos decir: “La María es parte de la familia, un miembro más”. O “Esta, a la que tanto queríamos y considerábamos, se nos largó metiendo un juicio, si ya le íbamos a asegurar, solo ha estado un año…”. Una relación llena de suspicacias y sospechas de lado y lado; una relación que en la mayoría de ocasiones carece de diálogo y fraternidad.
Los pasos dados en cuanto a protección legal son indudablemente enormes en casos como el Ecuador. El Estado vigila que adquiera el estatus de asegurada, que tenga un salario mínimo, horas de trabajo y vacaciones acordadas. Hasta uniformes. Sin embargo, ¿quién puede asegurar que esta mujer “de la familia” tenga el derecho de opinar sobre el futuro de un niño de la casa al que conoce como la palma de su mano o que se siente a la mesa con los demás miembros de la familia y cuente sobre su propio mundo del cual viene muchas veces cargada de sabiduría campesina? ¿Cuántas empleadas vuelven al lugar de trabajo anterior y mantienen una relación de por vida con sus patrones? La mayoría de ocasiones deambulan de casa en casa buscando un mejor salario o trato, menos carga de trabajo, un poco más de consideración.
Casi han desaparecido las criadas, niñas vendidas al mejor postor para que les sirva de por vida a cambio de su “crianza”.
Las criadas de Alfonso Cuesta y Cuesta en “Los hijos” parecen haber desaparecido, pero no hace mucho. Ahora tienen derechos… las empleadas domésticas, pero ¿cuáles son los derechos ocultos que vienen con su propia experiencia, sus vías de crecimiento, sus ilusiones y esperanzas?
¿Pero servía? Sigue Clarice. “Porque si alguien prestara atención vería que… se las arreglaba para servir mucho más remotamente, y a otros dioses”.