Esta semana concluye el plazo constitucional de treinta días que la Asamblea tenía para aprobar, modificar o negar el proyecto de urgencia en materia económica enviado por el Ejecutivo.
A la espera de que se cumpla este plazo fatal, se desataron las especulaciones sobre lo que podría hacer el presidente Lasso.
Al parecer se ha descartado la alternativa de promulgar y publicar la ley. Era válido el argumento de que la Asamblea dejó pasar los treinta días sin realizar ninguna de las tres acciones previstas en la Constitución, lo que justificaría la promulgación. Pero era obvio que, al día siguiente, se presentarían incontables demandas de inconstitucionalidad. La ley habría tambaleado desde el primer momento. Con la probabilidad de que la Corte la considere inconstitucional por no “referirse a una sola materia”.
Parecería que el Presidente adoptará la decisión más prudente: dividir al proyecto en dos o tres, enviar como proyecto urgente el texto tributario y por la vía ordinaria la parte laboral y la de otros temas. Claro que la actual coyuntura política no se presta a soluciones prudentes. Por eso, quedará por verse cuál será el tratamiento que dará la Asamblea a los proyectos separados, pero al menos no operaría la inoficiosa devolución anterior. Y en caso de negativa, se abre la posibilidad de una consulta popular.
Queda en pie, no descartada, pero en un segundo plano, la última alternativa, y la más extrema: acudir a la “muerte cruzada”. Esta extraña figura incluida en la Constitución de Montecristi, todavía no ha sido empleada y su pertinencia, más propia de un sistema parlamentario, la vuelve sin duda discutible. Pero está en la Constitución y un gobernante la puede utilizar.
Apelando a este recurso, el Presidente podría disolver a la Asamblea mañana mismo, pues no tiene que esperar ningún plazo. De inmediato podría publicar la ley o las leyes, para las que deberá obtener previamente la aprobación de la Corte Constitucional. Primer objetivo cumplido.
Claro que luego vendrían las nuevas elecciones de Presidente y asambleístas, cuyos resultados serían más inciertos que nunca. Lo único seguro es que pocos asambleístas serían reelegidos.
Incertidumbre, riesgos, acusaciones, denuncias, lo habitual en cualquier etapa electoral, más los ingredientes añadidos por el momento político. Sería jugarse el todo por el todo, confiando por cierto en ganar la elección presidencial y en cambiar sustancialmente la composición de la Asamblea.
Imagino a un Presidente, en un laberinto político como el ecuatoriano, preguntándose en un momento de insomnio: “¿Esta es la Asamblea con la que tengo que convivir los tres años y más que faltan de mi período? Prefiero la muerte cruzada. Y que pase lo que pase”. Esto es pura imaginación, por cierto.