El 30 de noviembre escribí una columna llamada “El triángulo imposible” en la que argumentaba que hay tres cosas que no pueden existir simultáneamente en la política económica ecuatoriana: precios bajos del petróleo, políticas populistas y libertad económica. Decía yo que máximo pueden coexistir dos de las tres, pero nunca todas.
En este contexto, libertad económica debe entenderse el poder comprar o vender lo que cada uno quiera al precio que libremente se fije en el mercado. Por otro lado, por políticas económicas populistas debería entenderse un gasto público dispendioso, subsidios generalizados que muchas veces benefician a los más ricos, ausencia de ahorros, disparo del endeudamiento público, etc.
Dado que hoy tenemos precios del petróleo bajos (en relación a los precio astronómicos que había hasta septiembre), el Gobierno solo puede optar por dar libertad económica a sus ciudadanos o por renunciar a su política populista. Considerando el ADN del Gobierno, es evidente que solo queda la opción de reducir la libertad económica.
Esa libertad ya está bastante limitada. Hoy, por ejemplo, hay muchas cosas que no se pueden importar, otras que tienen cuotas y ahora es mucho más caro traer pequeñas importaciones por courier. Los bancos tienen tasas de interés fijadas por el Gobierno y para sacar dinero al extranjero hay que pasar, inexorablemente, por el Banco Central y, además, pagar un impuesto del 5%.
En los últimos días, la incompatibilidad entre populismo y libertad se ha vuelto evidente con el tema de las cocinas, tanto de gas como de inducción. Dado que no se quiere desaparecer el subsidio al gas (política populista de subsidio generalizado), hay que inventarse mil distorsiones a la economía para que el gasto no sea tanto. Por cierto, si el precio del petróleo estuviera altísimo, no habría por qué preocuparse por el costo.
Pero el petróleo está bajando y el costo del subsidio pesa. Hay que bajarlo, pero sin abandonar la esencia populista. Entonces la solución está en encarecer al doble las cocinas de gas y abaratar hasta donde se pueda las cocinas de inducción (claro que todo se arreglaría por sí solo si ajustaran el precio del cilindro, pero eso es impensable).
En otras palabras, distorsionar la economía para no renunciar a un subsidio generalizado. Y todo esto está conectado con el bajo precio del petróleo que crea la incompatibilidad entre libertad y populismo.
Pero la creatividad humana es infinita y recuerden que en uno de los países con más trabas en la economía, Cuba, abundan unos “mercados negros” donde, al margen de la legalidad, se negocia todo. Ya mismo aparecerá un mercado de “piezas” de cocinas de gas y solo será cuestión de armarlas. Y se multiplicarán los talleres informales que venderán cocinas más baratas pero menos seguras. Verán nomás.