La educación busca escenario. A puro pulso. El Ministerio de Educación y organizaciones ciudadanas han lanzado un proceso de diálogo para construir un Acuerdo Nacional por la Educación, centrado al momento en educación escolarizada. La iniciativa está desperezándose. Tiene escaso eco en los medios. Por ahora.
No se trata de una medida corriente y tampoco un asunto especializada del sistema educativo. El tema rebasa el sector. Invita a múltiples actores -familias, medios, niñólogos, instancias de salud y trabajo, empresarios, Iglesia, artistas- porque todos están tocados. Los seres humanos que se forman y sueñan realizarse en empleos futuros son nuestros hijos, hermanas, nietos, amigos, madres. No debería haber indiferentes.
El diálogo coherente y real es la clave. También la pluralidad y la amplitud de miradas: desde las aulas hacia el infinito. El esfuerzo merece respaldo y complicidades. Que no se nos vaya de las manos.
Hoy ponemos el ojo a un recuerdo y tres reflexiones. Ya habrá tiempo para más. El recuerdo es poco alentador. Refiere a Agendas Nacionales que pasaron con más pompa política, con más humo que aplicación y evaluación. La última, 2016-25, se desinfló pronto. Dejamos entonces el recuerdo titilando.
Una reflexión alude a la puntería. Las extensas listas de demandas aportan poco. Sabemos que los temas sobran: docencia, platas, evaluación, acosos, elefantes blancos. Cada una tiene valor pero corren el riesgo de dispersarse y desaparecer. Hace falta atacar al corazón del sistema, al aprendizaje. Desde él y hacia él deberían tejerse los problemas y propuestas. En este sentido, todos los temas son pertinentes; en tanto abonan o comprimen aprendizajes.
La segunda reflexión refiere al ayer y al mañana. Machacar en diagnósticos estáticos estanca. No porque sean inútiles sino porque se analizan sin presente y sin porvenir. Resulta imposible construir acuerdos sin explicitar las problemáticas y sus tentáculos. Sacudir pasados dolorosos afina la dirección. Ignorarlos, atrofia las propuestas.
La tercera reflexión apunta a los desacuerdos. Persiste el hábito de esconderlos bajo la alfombra. Por imagen, por triunfalismo, por lo que sea. Es hora de mirarlos sin alarma. La coincidencia de todos-en-todo, es quimera o cuento. Visibilizar miradas diversas es un ejercicio democrático y educativo, y no achica los acuerdos. Sería extrañamente interesante que procesos como éste expliciten también desacuerdos emblemáticos. Tenemos derecho a conocerlos.
El diálogo apenas comienza. Un primer aporte sin duda, se expresará en las reformas a la LOEI que hoy se discuten en voz baja. Ojalá los asambleístas se acerquen al diálogo. Seguro que encuentran recuerdos, acuerdos y desacuerdos. Porque así mismo es la vida.