Los vientos de verano están empujando a cientos de colegios de la sierra a cerrar sus puertas. Son días que la mayoría de chicos viven con los dientes apretados. Por los exámenes. Y también porque el sabor de las vacaciones ya toca sus emociones.
En la década que sabemos, se introdujeron múltiples reformas en la educación; unas interesantes. Unas.
Entre las otras, apareció una inquietante: la oferta de 3 exámenes para quienes no alcanzan el puntaje estándar: supletorio, remedial, de gracia. Irresistible. Para pasar ‘más que sea’ a la cansada, como dicen.
Resulta sano evitar que el estudiante se juegue la vida o defina futuros en una sola prueba, por técnica que fuera. Sin embargo, la consecuencia no lleva a multiplicar pruebas, sino a perfeccionar evaluaciones. Su número, variedad, momento, medios. Una tarea para todo el año. No para el final.
La diversidad de pruebas tampoco resuelve todo.
El nudo alude al enfoque y la utilidad. La tendencia dominante se inclina por lo punitivo.
La evaluación que castiga, clasifica, ‘rankea’. El estilo nos marca y refuerza el rechazo a la evaluación, que nunca gozó de simpatía. Este enfoque controlador que dura siglos, no está pensado para aprender.
El combo de exámenes, merece una evaluación integral.
Aquí mostramos algunos beneficios: los índices de repetición, abandono y terminación, mejoran.
La iniciativa ayuda a sostener estadísticas claves de país… La cochina duda se clava en los aprendizajes.
Estos intrépidos aplazados: ¿llenaron los vacíos del año?, ¿aprendieron en las clases de refuerzo?, ¿lograron algún tipo de crecimiento personal?, ¿los docentes y la escuela innovaron o aprendieron algo?
Aquí hay opiniones divididas.
La mayoría de actores no avalan la reforma. Porque ataca el efecto y no la causa. Porque así nunca cambiará el sello amenazante de las evaluaciones.
Nunca se crearán alternativas formativas que ayuden a aprender. Cotidianas. Oportunas. Naturales. Preventivas. Conversadas con las familias.
Quedan otras espinas.
Con la iniciativa, gana prestigio el paternalismo antes que la flexibilidad. Se desgasta y distrae tiempo de instituciones y docentes.
Los estudiantes aparecen como únicos culpables, pues no se toca el sistema y las estrategias pedagógicas. Tampoco los estilos de poder, los programas. Nada mismo.
Y un miedo, que se comenta en voz baja, prevalece: enfrentarse a procesos judiciales.
Abogados duchos con la bandera de los derechos, presionan a quien se atreve a dejar de año. Ojalá sea solo un mal sueño.
Pasar a la cansada… Con todo lo espinoso del tema, demanda esfuerzos.
En otros escenarios, muchas autoridades y políticos, siguen pasando.
Sin pruebas, supletorios, remediales. “A punte” gracia siguen pasando.
Hasta que nuestro paternalismo con ellos termine.