El actor

Por razones históricas y culturales que no es menester desarrollar en tan breve espacio, la sociedad ecuatoriana tiene enormes dificultades de construir liderazgos colectivos. Inveteradamente, ha sido nuestra tradición que grandes tendencias sociales confluyan en la proclamación de caudillos, mesías salvadores, que terminan apropiándose de procesos sociales movidos por enormes voluntades de transformación. En la historia contemporánea del Ecuador, ocurrió así en “La Gloriosa”, la revolución del 28 de mayo de 1944, cuando la gigantesca corriente política que dio al traste con el gobierno de Arroyo de Río se entregó a los brazos de Velasco Ibarra, quien poco después se hizo de su propia contrarrevolución. Igualmente, ocurrió de la misma forma en el año 2007, cuando el acumulado de movilización que derrumbó el régimen político que nació con la transición democrática de 1979 derivó en un caudillo, que lejos de estar a la altura de las demandas de refundación democrática de la República, instauró uno de los regímenes más autoritarios de la historia nacional. Los ecuatorianos, al parecer, padecemos de esa enfermedad. A la hora de buscar un actor que pueda conducir y ejecutar nuestros sueños y aspiraciones de cambio, en vez de construir un actor colectivo, en vez de generar procesos pluralistas de consenso y negociación, que incluyan las demandas de una sociedad diversa, nos entregamos a caudillos que finalmente revierten y tergiversan la voluntad colectiva que los llevó al poder.

Ese mismo dilema se abre para el Ecuador del presente a la hora de pensar el actor que conducirá, tarde o temprano, la salida al régimen correísta. La misma discusión se encuentra en las disquisiciones sobre la unidad de la oposición y sobre la búsqueda del candidato o candidata que supuestamente tendrá la capacidad de derrotar en las urnas al candidato-gobierno que sin duda irá por su cuarta reelección en el 2017.

Nuevamente, presos de nuestra tradición política caudillista, se vuelve a pensar en los mismos términos: la persona, el líder, el caudillo.

Como si la historia nacional no podría salirse de lo personal; como si nada podría persuadirnos de que los procesos sociales y políticos transcendentes requieren sí de personas, pero no se agotan en ellas.

Pero el problema es mayor en las actuales circunstancias. Y ello por dos razones: Primero, porque la propaganda oficial se ha empeñado en posicionar la idea de que su líder no es derrotable y, segundo, porque el excesivo personalismo conduce a una competencia caníbal de miniaspirantes en el campo de la oposición.

Y así frente a cualquier opción que aparezca siempre habrá múltiples razones negativas: porque es de derecha, porque tiene tal ocupación, porque no tiene recursos, porque no tiene partido, etc., etc. En suma, por el camino del personalismo la oposición no encontrará ni la unidad, ni el candidato, ni la estrategia para devolverle al Ecuador la democracia.

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