Los últimos 10 años han sido considerados dorados para Sudamérica, revirtiendo dos décadas perdidas. Brasil creció fuertemente, lo que lo catapultó al escenario internacional. Perú tuvo una serie de años de impresionante expansión. Chile pudo continuar con el crecimiento del que goza desde el gobierno militar. En estos países y Colombia, considerados amigables a la inversión privada, llovieron capitales extranjeros.
En Venezuela el chorro de petrodólares permitió a Chávez incrementar subsidios internos y externos. Argentina aumentó sus rentas del impuesto a las exportaciones de soya.
En Ecuador Correa tuvo fondos para modernizar la infraestructura, aumentar sueldos y servicios sociales, y tiempo para acompañar a Chávez en su política externa antiestadounidense.
Todo esto fue resultado de un nuevo reparto de las tareas en el mundo: EE.UU., Europa y Japón ganan por ser dueños de las patentes, marcas, fábricas y mercados, China y en general Asia ponen la mano de obra, puesto que allá se instalaron las fábricas. China no se da abasto con sus recursos naturales, subieron los precios y Sudamérica es quien los vende.
Pero esa etapa queda atrás. Los países industrializados son más eficientes en el uso de los combustibles y EE.UU. aplica técnicas innovadoras para incrementar su producción petrolera. China se desacelera, Europa sigue al borde de la recesión. Los precios de los productos primarios caen. Los capitales retornan de Sudamérica a EE.UU. anticipando la recuperación de su economía, y se desploman las monedas de los países sudamericanos.
La tasa de crecimiento de Perú baja considerablemente; Lima apura la firma de nuevos contratos mineros. Brasil está al borde de la recesión; Dilma nombra un gabinete económico de confianza de los empresarios. Argentina ya está en recesión y habrá nuevo Gobierno de aquí a un año; Domingo Cavallo publica un libro sobre lo que el nuevo Gobierno tiene que hacer para superar los problemas heredados del Kirchnerismo. No hay idea de cómo Venezuela podrá salir del caos.
Ecuador tiene que enfrentar a la vez la caída de los ingresos petroleros, el fortalecimiento del dólar y el desplome de la cotización de sus bonos internacionales.
En esa década considerada dorada, Sudamérica no se industrializó. Más bien cedió terreno a la industria china. Brasil con moneda sobrevaluada vio sus exportaciones desplazadas por productos chinos. El Ecuador tiene mejor infraestructura física y más servicios públicos, pero con base en ingresos que tienen como sustento los volátiles precios del petróleo. No se aprovechó la bonanza fiscal y de expansión del mercado para atraer la inversión.
En toda Sudamérica el desafío es hoy no perder los avances de los últimos 10 años. Y tratar de industrializar en tiempos de escasez.