Me decía un amigo, que la vuelta de la hoja del calendario supondría el inicio de los cambios; que nada volvería ya a ser igual. Que se iniciaba un período de reformulación del futuro en el que, como mucho, no podremos aspirar sino a catalizarlo, para asistir a un proceso que debe todavía ordenar los retos pendientes y enfrentar a continuación las nuevas agendas.
Pobreza, desarrollo, traducción al ciudadano -en términos de calidad de vida- del resultado de los esfuerzos financieros, de los propósitos, la igualdad, los objetivos del milenio, el hambre, la estabilización de los flujos poblacionales, las inagotables crisis de refugiados, la incapacidad de poner orden en las aspiraciones de la sociedad, comunicación, cercanías y distancias.
Se trata de navegar en convoy, en una sociedad democrática igualitaria, abierta y profundamente comprometida con el multilateralismo. Hambre cero, concentración geográfica, acuerdos de nueva generación, marcos estratégicos de asociación, amenazas globales y la necesaria construcción de los bienes y recursos públicos que nos protejan.
Sí, querido amigo, se vienen los cambios, aunque en forma de retos y compromisos sin más alcance, de momento, que la esperanza. Me temo que más de lo mismo.
Pero este estado de situación, al final, sí implica cambios. Nada puede, ni debe, ser como antes. La política de Donald Trump ha reformulado los equilibrios y las relaciones de poder frente a un eje en el que China se limita a producir. Ha trastocado las alianzas, ha exigido a Europa mucha más carne en el asador, ha puesto en solfa la lucha contra el cambio climático, cediendo un protagonismo impensable hasta ahora a Macron y a China, cyberseguridad, guerras galácticas, las Coreas, Mali y todo el Sahel, el avispero palestino del que todos formamos parte, la corrupción, los inagotables acosos y escándalos sexuales, Naciones Unidas, necesaria pero elefantiásica, Unicef, descontrolada y politizada sin la presencia de Estados Unidos,… como ves, querido maestro del periodismo, no alcanza todavía ni para dar el salto, ni tan siquiera para hacerse ilusiones.
¿Qué hacer? Tendremos que acostumbrarnos a que aún no está disponible ese futuro; tendremos que acostumbrarnos a que no queda más que esperar. No podremos sino, como mascarón de proa, intentar catalizarlo, porque nuestro éxito depende de que aprendamos a conducirlo, a marcarle dirección, no a controlarlo, porque ese futuro ni es lo que era, ni está escrito. Solo podremos aspirar hoy a estar ahí, porque flujos financieros, prioridades, deseos y posibilidades aún no se acomodan, como si se limitasen a Rafael Alberti, con su voz condecorada con la insignia marinera; sobre el corazón un ancla y sobre el ancla un estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela.