No entienden lo que es la libertad y no quieren entenderlo. No entienden la naturaleza humana y no pueden entenderla. Y así quieren gobernar un país.
No entienden que las personas, y por extensión las empresas, modifican su comportamiento cuando les cambian las reglas. Y no lo hacemos por malos, sino por un instinto básico de sobrevivir y, si nos lo permiten, hasta de progresar.
Esa modificación del comportamiento se da porque los seres humanos tendemos a adaptarnos a las circunstancias, lo mejor que podemos, en busca de nuestro bienestar. Pero para ellos eso es imperdonable. Es imperdonable que en la búsqueda de nuestro bienestar actuemos de manera distinta a la que ellos quisieran, cuando ellos son unos iluminados que todo lo saben, todo lo planifican y para todo pagan a carísimos consultores que ponen lo que sea en power point.
Les disgustó que cuando pusieron el impuesto a la salida de divisas, la gente dejó de traer moneda extranjera al país (para qué traerla si después les cobraban al sacarla), les molestó cómo reaccionamos cuando nos subieron los aranceles (bajamos las importaciones) y no les hizo felices cuando reaccionamos ante el aumento del IVA bajando nuestro consumo. Seguro se indignaron por la manera en que reaccionaron los bancos ante los topes de tasas de interés (dejaron de dar préstamos chiquitos).
Sin duda les pareció inaceptable que cuando encarecieron la mano de obra y volvieron más inflexible su contratación, las empresas crearon menos empleo. Y hasta pueden haberse sorprendido que, luego de múltiples reformas tributarias, laborales y societarias, la inversión privada cayó.
Todas esas son reacciones lógicas de seres humanos libres cuando les cambian las reglas. Y lo que está pasando con las reformas a la medicina prepagada es sólo un capítulo más de esta macondiana telenovela socialista. Hoy, esas empresas tienen que pagar cosas que antes ni siquiera estaban en su radar y (oh, sorpresa) están cambiando su comportamiento. Parecería que, como estrategia de sobrevivencia, decidieron especializarse y, ante el aumento de costos, subir sus pólizas. Y no lo hacen por malos ni para lastimar a los consumidores, sino porque no hay otra opción.
Para los que hacen las reglas eso no debería pasar. Debería aparecer un “hombre nuevo socialista” que renuncie a la búsqueda de su bienestar y se unifique con las sabias visiones de esos geniales escribidores de normas; debería haber empresas que no busquen ganar dinero sino regalarlo al primero que pase.
Afortunadamente, ese destructivo ideal del “hombre nuevo socialista” o de la “despilfarradora empresa socialista” nunca llegará, porque podrán quitarnos todo, menos ese mínimo derecho a tratar de progresar.