Una dolarización que, para sobrevivir, necesita restringir la libertad económica de los ciudadanos, no es el sistema ideal. Porque si necesita trabas, limitaciones, topes, cuotas u otras cosas, es porque no genera la suficiente confianza. Y esa escasez de confianza lleva al gobierno a limitar la capacidad de sus ciudadanos de tomar decisiones libres en lo económico.
Una dolarización que grava la simple salida de dólares al extranjero, refleja la desconfianza del gobierno en sus ciudadanos. Refleja que tiene miedo que puedan sacar plata del país porque no confían en ese gobierno.
Pero ¿por qué sacan los ciudadanos sus dólares al extranjero? ¿Será que no confían en la dolarización porque el Banco Central le ha prestado USD 5 800 millones al gobierno en los últimos 3 años o será que no confían en el Banco Central porque hace un mes aceptó una “dación de pago” de USD 2 100 millones con unas acciones que no tienen ningún valor de mercado?
¿Será que por esas y por razones similares la gente quiere sacar sus dólares al extranjero para así cuidar sus ahorros o será que los ciudadanos son malvados y quieren minar el sistema monetario? Aquí hay que preguntarse qué fue primero: el mal manejo o los ciudadanos que sacan divisas.
En otro ejemplo, la necesidad de complicar fuertemente la concesión de créditos para la compra de vehículos refleja que el gobierno tiene miedo que los consumidores (en uso de esa despreciada libertad), vayan a comprar autos y lo que paguen por esos autos salga del país. Y cuando salen los dólares del país, la economía pierde un poco de moneda y eso puede acarrear otros problemas.
Pero nadie compra autos por malvado. Casi toda la gente lo hace por una mezcla de necesidad, falta de otras opciones de inversión o miedo a más restricciones futuras. Y, sobre todo, si el gasto público no fuera tan alto, tampoco habría tanta demanda por vehículos.
Pero todo esto ha creado un cierto nerviosismo sobre la capacidad de sobrevivencia de la dolarización, un nerviosismo que no es ideal (y que encima se busca frenar con regulaciones como el impuesto a la salida de divisas), porque una economía nerviosa invierte poco.
Lo ideal sería devolverle la tranquilidad a la economía, recuperando la confianza en la dolarización, recuperado las buenas normas de la vieja Ley trole que prohibían financiar al gobierno desde el Banco Central y reviviendo las normas que creaban ahorros.
Una dolarización con nervios es una mala dolarización, es un sistema que da estabilidad, pero no produce crecimiento; no es una herramienta para el progreso, sino un lastre para la economía.
Y los nervios no se curan con prohibiciones, sino con políticas sensatas y con reservas adecuadamente respaldadas.