Ante las evidencias que lo involucran en dos gravísimos casos que se procesan en la justicia, el ex presidente Rafael Correa intenta anticiparse a los resultados construyendo un relato para victimizarse, y que la comunidad internacional piense que es un perseguido político.
Sin importarle desacreditar al país que gobernó durante 10 años, Correa ha puesto en marcha una estrategia perversa para asegurar que en el Ecuador no hay democracia. Los operadores se han repartido las tareas. Para actuar en el país e ir a foros de organismos internacionales están aquellos a quienes encumbró desde el anonimato durante su gobierno. Afuera, un equipo de costosos abogados, juristas y políticos de izquierda, como los que vinieron de “observadores” al caso Balda, propalan, como idea fuerza, en redes sociales y medios afines, que “Correa es perseguido político”.
El excanciller Guillaume Long asomó en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, y habló del “derrumbe del Estado de derecho en Ecuador”, así como de la persecución a su jefe. Lo hizo en una ONG de izquierda, tomando por sorpresa a todos. Ecuador habría pedido luego, por escrito, derecho a la réplica.
Semanas atrás, una delegación de asambleístas correístas fue a la OEA y a la CIDH, organismo del que antes abjuraban y que hoy les es útil, en su afán de demonizar al gobierno de Moreno. Y para acopiar evidencias con quejas y denuncias. Días después, sectores afines al gobierno debieron armar una delegación multipartidista para ir a Washington a fin de explicar al secretario Almagro y a la CIDH que el país vive un régimen de transición, con entidades de esa condición, por mandato del pueblo en las urnas.
La cadena de TV chavista, Telesur, da cuenta que el abogado de Correa, Christophe Marchand, y el jurista Ludovic Hennebel han presentado una queja ante el relator especial de la ONU, porque el ex presidente es víctima de persecución judicial. Si alguien refutó, no se ha sabido.
El país ha celebrado que en la Cancillería estén hoy diplomáticos profesionales del Servicio Exterior. Pero las credenciales resultan insuficientes. Frente a Correa y su arremetida en contra del país, la diplomacia tiene que ser perspicaz y preventiva para actuar no solo haciendo control de daños.
El carácter represivo y corrupto del gobierno anterior tendría que mantener a sus protagonistas en silencio, pero su audacia los supera. Desestimarlos es un terrible error. Correa sabe que ante los desafueros cometidos será llamado varias veces ante la justicia y va un paso adelante. Ha aguzado su instinto y cuenta con recursos.
Galopando a lomo de falacias, junto a los ex gobernantes de la región, procesados por corrupción, construyen, a escala mundial, “masa crítica”, para mostrarse víctimas de un complot por sus ideales. Esto sabe la Cancillería; sin embargo, fue sorprendida por Correa.