Una rama seca de pino, que traje de mi caminata al borde del reservorio, cubre, sobre el aparador a la entrada de casa, las preciosas figuras de la Virgen y San José, de la Escuela de Legarda. Belleza y perfección de las imágenes bajo la simplicidad de una rama agostada: contraste lleno de armonía, único que cabe buscar en nuestras vidas.
El niño no nacía aún –aún no era medianoche- y llegaron a casa mis nietas María del Mar y Maia. Di a Maia, de once años, la imagen del niño y le pedí:
-Hijita, ponga al niñito entre María y José, y pídale algo para usted, sus hermanitas, su mamá y papá. (¡Qué extraño me resulta, escrito, este trato de ‘usted’ a ellas de mi parte, aunque expresa un inmenso cariño!). Busco en El español en el Ecuador, de Toscano, y confirmo: ‘’Y los padres usan ‘usted’ para sus hijos, unas veces para reprenderlos, otras, para manifestarles cariño extremado”. Uso instintivo y nuestro, sin reflexión previa, lleno de ternura y gracia.
-Abuela, tú sabes que yo no creo, me dijo la pequeña. Hemos hablado de esto muchas veces y yo, que coincido con ella en la duda: -No importa, le digo: Jesús trajo al mundo un mensaje de bondad que consagró con su vida y su muerte, y que es siempre actual.
Bajó, puso al niño entre María y José y me contó: -Abuela, ¿sabes lo que le dije al niño?: “Jesús, hay mucha gente que cree en ti y te ama. Otros no creen en ti y te desprecian. Yo no creo en ti, pero te respeto…”.
Respetar, ¡qué contraste con lo real!, se vuelve común entre nosotros; incluye amor, valoración, pensamiento. Abracé orgullosa a mi pequeñita y sentí, una vez más, el abolengo (‘condición de abuelos’, ‘ascendencia de abuelos’) como una de las experiencias más nobles y ricas, si el tiempo nos brinda tan feliz coyuntura.
Creer o no creer… Ayer releía parte del De profundis, de Oscar Wilde, epístola escrita desde la cárcel de Reading, donde aprendió el valor del sufrimiento. Escritor querido y aclamado, un día se encontró entre la hez de la sociedad, esposado, solo, vilipendiado: “Yo procedo, escribe, de una especie de eternidad de la fama a una especie de eternidad de la infamia… entre fama e infamia no hay más que un paso y quizá menos”. Al sentir la vulgaridad del placer y el éxito, afirma: “El dolor es la cosa más sensible de las creadas. Los únicos que me interesan son los artistas que saben qué es la belleza y los seres que saben qué es el sufrimiento. La vida entera de Cristo es, en realidad, un idilio, aunque termine con el rasgamiento del velo del templo y la oscuridad sobre la faz de la tierra. Uno se lo imagina como un pastor que recorre el valle con sus ovejas en busca de una pradera verde, un arroyo fresco… Sus milagros me parecen tan exquisitos y naturales como la llegada de la primavera. Su simple presencia trae la paz … la multitud olvida su hambre y su sed y hasta los alimentos groseros se tornan delicados, el agua toma el sabor del vino en la comida y la casa se impregna del aroma y de la suavidad del nardo”.
La verdad, el arte. Imposible vivir sin esta búsqueda.