Año nuevo, nuevas formas

Las palabras están: se usan, van y vienen, dicen, nos dicen; y está la inmensa ventaja del diccionario digital donde, sin cejar en lo esencial, sin marearnos en novedades ni en anglicismos que, traducidos, son horribles, como flas, cliquear o clicar o como güisqui, (¡Dios nos libre!), se irán incluyendo términos usuales en uno u otro país, merced a la virtud ubicua del milagro de Internet. Entrarán, debidamente advertidas, como ahora, ‘en el Diccionario 23.1, recién volcado en la red’ que, ‘es, de hecho, una nueva edición’.

Según la RAE, la aludida y numerada versión digital ‘contiene 3.350 nuevos términos, enmiendas y modificaciones’, además de que ‘todos los años, en diciembre, se hará un balance, de modo que se inaugura lo que será una tradición’, afirma el director de la RAE.

Pero yo me resisto a que se registren anualmente en el diccionario ‘nuevas’ palabras y confieso que esto de las tradiciones que se inauguran me parece un oxímoron; que dentro de X años, la posibilidad inmediata de incluir nuevas palabras, de excluir las desusadas, modificar significados, sentar versiones nuevas para viejos usos constituya una tradición, vaya y pase, pero ¿no es osado anunciarlo desde hoy? ¿Será, quizás, que no quiero aceptarlo porque entonces ya no estaré?

Confieso que me resisto a la prisa; prefiero la reflexiva tranquilidad de los años: me duele saber que no esperaremos la nueva edición del diccionario para ver qué términos se aceptaron, qué nuevas acepciones llegan, cuáles desaparecieron. Sin la antigua demora, habrá perdido solera la palabra. La perderá, la expectativa del diccionario impreso que amamos, encuadernado en recio lomo de cuero. Ya era triste asistir a la lenta pérdida del vigor de esa encuadernación, y lo es que la 23ª. edición luzca en su cubierta inesperados colores, como publicitándose a sí misma, aunque la edición de lujo imita bellamente el antiguo aspecto. Si en el transcurso del año asistiremos a nuevas inclusiones de palabras que, ya anunciadas, se englobarán (nunca mejor dicho) en el DLE, perderemos, ¡ay!, la ilusión de lo nuevo: ya nada lo será. Y ¡cuidado con el afán de emular el inglés, como sucedió con posverdad, que entró en el diccionario con bombos y platillos! Por suerte, pienso, no he vuelto a leerla en texto alguno.

No nos regodeamos en ‘la nueva planta digital’ pero agradecemos a internet la posibilidad de contar con el diccionario allí donde estamos; de llevarlo hacia donde vamos, de abrirlo con apenas un clic cuando lo necesitamos. Quizá, con un celular mejor, lo abriré a cada paso, pero ahora me doy el lujo y el placer de tener, sobre un baúl viejo, a la puerta de la terraza en que solemos hacer la grata tertulia familiar del domingo, la última versión impresa del DLE: siempre lo consultamos, sin interrumpir nuestra charla que, enriquecida por la grafía, significado o locución buscados, se vuelve más estimulante.
¡Un nuevo año y nuevas formas llenos de palabras buenas para usted, lector!

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