El día de ayer el presidente de la República, Lenín Moreno, acaba de asignar funciones al flamante vicepresidente Otto Sonnenholzner. Poco a poco nos estamos acostumbrando a pronunciar su apellido.
El presidente Moreno ha procedido de acuerdo a lo que establece el artículo 149 de la Constitución de la República. Es decir, “el vicepresidente de la República, cuando no reemplace al Presidente, ejercerá las funciones que ésta o este lo asigne”.
Más allá de lo que establezca la norma, el hecho de que una alta dignidad como el Vicepresidente no tenga claramente definidas sus funciones lleva a la final a que este cargo tenga poca relevancia e incluso, como varios analistas lo han mencionado, se piense en la necesidad de eliminarlo. Sin tratar de menoscabar el papel que han cumplido hasta el día hoy, los vicepresidentes son una especie de imagen decorativa. El caso de Glas es otra historia. No solo negativa sino nefasta en términos de transparencia y manejo diáfano de lo público.
Si para ser presidente y vicepresidente de la República se deben cumplir con prácticamente los mismos requisitos, estar sujetos a las mismas inhabilidades y prohibiciones, lo lógico sería que ambos tengan funciones diferenciadas y complementarias. Pensando en voz alta, si el presidente tiene la alta responsabilidad de presidir el poder Ejecutivo, formular lineamientos de las políticas públicas, estar a cargo de la formulación del Plan Nacional de Desarrollo, dirigir la administración pública, entre otras funciones, el vicepresidente debería cumplir un papel clave en la gestión del gobierno. Es decir, como un administrador o un coordinador del Ejecutivo. Algo parecido al cargo de primer ministro, propio de los sistemas parlamentarios.
En este sentido, si algún momento tiene lugar una reforma a la Constitución con la finalidad de mejorar el sistema político y fortalecer la democracia en el Ecuador, debería revisarse y replantearse el sistema presidencial que tenemos, viendo posibilidades intermedias. La existencia de dos Cámaras (parlamento y senado), reforma del sistema de partidos y del sistema electoral e incluso analizar la posibilidad de crear la figura de un primer ministro (en lugar del vicepresidente).
Estoy hablando de instaurar un sistema semipresidencial, muy parecido al existente actualmente en Francia. El presidente es elegido por votación popular, mientras que el primer ministro es escogido y nombrado por el presidente de la República. No obstante, propondría que en el caso del Ecuador éste sea escogido y nombrado por el Parlamento. Lo interesante de esta fórmula es que permitiría generar consensos entre Ejecutivo y Parlamento a través del primer ministro. Un elemento para mejorar los niveles de gobernabilidad.
Regresando a la realidad, veamos qué ocurre con el nuevo Vicepresidente y la delegación de funciones que ha hecho el presidente Moreno. Esperemos que ahora no se vuelva a equivocar.