Emprendió su última ruta, la de regreso al Creador, ese admirable hacedor de proezas deportivas y de grandes campeones, un realizador de sueños de innumerables deportistas que se vieron coronados con la gloria terrena, gracias a la incomparable guía del ‘Profe Juanito’, como cariñosamente lo llamaron sus pupilos y sus alumnos.
Cual gran ser humano, su partida fue serena, decidida, con altivez. Hace pocos días, Dios le concedió el viático, como invalorable cucayo, que “le dio el pase” hacia su galardón eterno. Con valentía y decisión enfrentó, estos últimos años, al cáncer causado por su labor abnegada, pues debió exponer al sol su piel sensible, por interminables y prolongadas horas; pero lo hacía con desinterés, con pasión, con auténtico amor por su profesión pero, sobre todo, pensando primero en sus dirigidos antes que en sí mismo.
Así fue él: ejemplar, sencillo, pero firme; su voz fuerte, alta e impositiva, demarcaba su autoridad moral, como fue su caminar, de pasos largos, acentuados y audaces; armonizó su estrictez y exigencia, con emotividad fraternal y preocupación por sacar lo mejor de sus guiados, no solo en lo deportivo –que lo hizo de manera óptima- sino, en especial, hizo brotar los valores humanos de sus deportistas: fortaleza, reciedumbre, constancia, lealtad.
Abrió su corazón a todos, no solo para enseñar e impartir la sabiduría de sus quehaceres deportivos sino para compartir, con sus deportistas, su hogar, alimento y aposento; la mayor parte de ellos de origen humilde, pues fue practicante de lo que alguna vez señaló R. Kypling: “… si hasta el pueblo te acercas sin perder tu virtud y con reyes alternas sin cambiar tu actitud…”. Juan Araujo se relacionó, con igual naturalidad, con gente de todo nivel, a él acudían, tras consejo y orientación, gente de arriba y de abajo, de toda latitud y de cualquier disciplina deportiva,
a lo que él atendía con entrega y generosidad, sin esperar nada a cambio.
Los cronistas especializados narrarán oportunamente la trayectoria de Juan como atleta de élite y como entrenador insigne. Solo quisiera recordar ahora, entre tantas, esa hazaña deportiva con LDU, cuando fungía como asistente de entrenador, cuando directivos y el entrenador titular habían perdido toda esperanza, Araujo lideró con optimismo y gran voluntad a un grupo de jóvenes futbolistas, viajó junto a ellos, los dirigió y motivó para jugar en Acarigua, reducto venezolano invencible, por sus características de clima y la desventaja de no ser localistas, obtuvo un resultado positivo que recuperó el sitial al que aspiraba el equipo en ese campeonato.
Eloísa, su esposa, ya aguarda su llegada, tarareando esa canción, su canción de amor: “todo te recuerda, dulce amor mío, junto al lago azul de Ypacaraí, todo te recuerda… mi amor te llama kuñataí”.
Columnista Invitado