Cuando el muy ilustre Benjamín Carrión se puso en el plan de concretar sus sueños creó “La Casa de la Cultura Ecuatoriana”, en el entendimiento que en su inmensa mayoría éramos un pueblo mestizo que tenía la fortuna de hablar y escribir en español.
Aventuras imposibles, de propósitos insólitos e inéditos fue la conquista de América. Nuestro español resultó ser la fuente de la eterna juventud, aquella que les hizo perder el sueño a los primeros conquistadores. La llevaban consigo por donde iban.
En nuestras latitudes el idioma compartido, el de la patria común, resultó ser un potro brioso jineteado por pueblos de lo más dispares. Lo hemos enriquecido, lo seguimos haciendo. En nuestra América el español es una lengua viva, dinámica, siempre joven. Adjetivaciones insólitas, la utilización de verbos de una puntería admirable para precisar acciones extraordinarias o comunes y corrientes, y no solamente la inclusión en los diccionarios de nuevos vocablos, han sido nuestro concurso, y siguen siéndolo. El pensamiento de pueblos de circunstancias diversas ha encontrado en el español su cauce de expresión común, y por esta vía la configuración de una cultura de una riqueza inagotable.
Nuestro español no ha sido un potro desbocado. Pocos escritores contemporáneos habrán respetado más las reglas ortográficas y habrán escrito con mayor fluidez el idioma de Cervantes que García Márquez, y en el siglo XIX Juan Montalvo. Hemos contribuido a que nuestro español sea una creatura viva, palpitante, saludable y con una buena dosis de calor tropical. Ahí están: Alejo Carpentier con “El Siglo de las Luces”, “Los Sangurimas” de José de la Cuadra o Álvaro Mutis con “Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero”.
Ni la raza, ni la religión, ni ciertas conductas ante la vida y la muerte, han tenido entre nosotros la trascendencia que el idioma que hablamos 400 millones de hispanoamericanos. Es nuestro elemento aglutinador frente a las fuerzas de dispersión. Si nuestra cultura se halla incluida en la de Occidente con derecho y para nuestra fortuna es porque nuestro pensamiento se expresa en el culto y moderno idioma español. Tan nuestro como puede serlo para los españoles actuales.
He ponderado la creación del Imperio de los Incas, una de las diez civilizaciones que recuerda la historia, la que más ha contribuido a la alimentación humana. Observadores inteligentes, perseverantes y atentos de los fenómenos naturales, los altoandinos. Su historia prehispánica, una epopeya de adaptación del hombre en su determinación por dominar una geografía brava y difícil. Ello no obstante no contaban con la escritura alfabética. Su protagonismo concluye cuando en el siglo XVIII, el de la Ilustración, el conocimiento científico se impuso al empírico, y los mestizos sabían ya leer y escribir en español.